AFINAR ES DE COBARDES

ARUNDO DONAX 2017 CAÑA & BARRO CAÑARTERR@S @arrebossart lagunas tello ruben

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BARRO & CAÑA CON JUAN PEDROLA / LA PUEBLA DE HÍJAR (TERUEL) 10,11,12 DE MARZO DE 2017 / HACIA UNA MEMORIA DE LAS JORNADAS DE ARUNDO DONAX VI JORNADA ALREDEDOR DE LA CAÑA MUSICAL

AFINAR ES DE COBARDES

…aunque no suene del todo bien

La historia de cómo empezó y terminó aquello de la fiesta de la caña y el barro

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A eso de mediodía me acerqué hasta la estación del AVE para recoger a José María, Chema. Mi compañero de aventuras en esto de la tierra llegó o; mejor dicho, llegaron, – el tren y él -, a la hora prevista, con puntualidad inglesa; no como yo, – para variar -, apurando la hora al máximo, moviéndome siempre al límite, sudando como un pollo, siempre con prisas, con una mano en el teléfono y la otra buscando la agenda en el bolsillo del pantalón, con la mirada puesta en las saetas del reloj que asoma a la fachada de la estación que se despliega frente a la Avenida; un plano terso y rotundo de hormigón y vidrio alzándose imponente sobre el escenario de la ciudad, un singular telón de fondo donde encuentran cabida la cotidianidad y el trasiego de tantos y tantos viajer@s, de ese ir y venir, de esos ires y venires tan de nuestro tiempo, entre bambalinas. El moderno edificio se levanta a espaldas de la antigua y vetusta Estación de Delicias, un edificio de porte mucho más modesto, de correcta factura y corte sencillo, a un tiempo austero y discreto, de líneas contenidas, construida en ladrillo y cubierta de teja cerámica, teja curva, de la que los viejos llaman árabe, ofreciendo bajo el generoso alero de su galería porticada uno de los regalos más preciados que esta ciudad, a orillas del Ebro, puede brindar a quienes la visitan los días de estío, que no es otro que el frescor de la sombra, el silencio de la umbría; la densidad de la penumbra.

(…) Me dirigí hacia la puerta de entrada más próxima. Ya dentro, superado el umbral del túnel de acceso, comencé a sentirme arropado por la luz tenue y difusa que dominaba el interior. Caminé apresurado algunos pasos, apenas unos metros, decidido como estaba a llegar a tiempo, sorteando las maletas despistadas de los viajeros que guardaban fila estoicamente frente a la ventanilla de atención al cliente para sacar su ticket. Todavía me quedaba un buen trecho por recorrer entre el punto en que me encontraba y la zona de desembarco. Desde lejos, apoyado sobre la barandilla metálica que remataba el peto macizo del voladizo de la planta calle que conduce a las dársenas, a los muelles, intentaba descifrar sin éxito el pentagrama de andenes, vías, trenes y catenarias que lo cubría todo, como un ovillo enredado, buscando el tren procedente de Burgos. El goteo de gente aquella mañana era incesante pero ordenado, bien orquestado. Como si de un ejército de hormigas disciplinadas se tratase y una vez superado el embudo del acceso, l@s pasajeros se iban alineando paulatinamente para coger la rampa mecánica que conducía al piso de la calle. Sorprendentemente, la marabunta recién descendida del vagón se disolvió en lo que dura apenas un parpadeo. Por casualidad, todavía desde la distancia, pude ver cómo Chema subía ya justo por la pendiente de la rampa que desemboca en el ala oeste de la estación, justo en el hall de la planta calle, el que da la bienvenida a l@s pasajeros, a l@s que pasan por allí que, dicho sea de paso, suelen pasar de paso. He de decir que JM, diestro como pocos en eso del arte de viajar, – en estas lides -, apenas tardó unos segundos en solventar la historia, remontando la cuesta maleta en mano para ganar algo de tiempo al tiempo.

 “Por a o por b”, lo cierto es que hacía meses que no nos veíamos y tan pronto como la distancia lo permitió nos fundimos en un abrazo espontáneo, cercano, familiar. Parecíamos dos golondrinas que acababan de reencontrarse en pleno vuelo, aleteando nerviosas sus alas, dos viejos amigos viejos golpeando la espalda el uno del otro y el otro del uno. Pasado aquel primer momento, todavía me llevaría un tiempo percatarme de que José María cojeaba un poco, nada por lo que preocuparse, algo pasajero, – según me dijo -. José María, acostumbrado a viajar por el mundo como estaba, – como está -, sólo llevaba consigo una maleta y es que mi amigo Chema, como escribiera Machado, poeta, suele viajar ligero de equipaje.

Sin perder un segundo, nos pusimos en marcha y recorrimos uno de los pasillos laterales que flanquean el acceso a las vías; una de las alas del edificio, buscando la salida, ya de camino a casa.

Antes de ponernos en marcha de nuevo, de salir de ruta para La Puebla de Híjar, nos acercamos hasta una papelería del barrio para hacer unas fotocopias para otro proyecto en el que andábamos inmersos. De ahí, parada obligada en el cajero y directamente al coche. El tiempo iba pasando y teníamos todavía muchas cosas pendientes por hacer.

Como íbamos bien de hora se nos ocurrió hacer un pequeño tour por el centro de la ciudad, la capital aragonesa, haciendo una breve parada en la ribera, por los alrededores de la remodelada zona de la Plaza (de) Europa. Después de visitar el CDAMA (Centro de Documentación del Agua y Medio Ambiente, la conocida popularmente como Biblioteca del Agua), junto a la Casa de Amparo, nos detuvimos a comer algo en un bar donde mi padre y yo solíamos almorzar entre semana cuando andábamos trabajando en alguna obra por los aledaños. Menú del día: fideguá, caña, mosto, cafeses y conversación distendida. Buen punto de partida. La barra estaba regentada por una familia china, el trato era muy bueno y cercano y la cocinera había demostrado con creces su dominio en el arte de los fogones. El viaje había comenzado de la mejor forma posible.

Recuerdo que aquel día José María vestía una trenca que poco tardaría en quitarse. La temperatura era de verano, sartenazo, 35 grados con algo de humedad. Quizás, incluso, la sensación térmica fuera algo mayor, nada que ver con el frío tempranero de la ribera del Pisuerga con que mi amigo Chema había amanecido por tierras castellanas aquella misma mañana, horas atrás.

Volvimos al coche y nos pusimos en ruta, esta vez sí, camino hacia la Puebla, desde Mañolandia o; mejor dicho, bien dicho, desde la lejana Valladolid, siguiendo las indicaciones de un mapa de carreteras algo obsoleto, algo desvencijado, bastante desgastado por el uso.

Finalmente, optamos por seguir la carretera que conducía hasta Alcañiz y pasada una media hora, tan pronto como vimos el cartel que así lo indicaba, tomamos el desvío hacia Híjar. De ahí anduvimos un trecho por Tierras Poblanas hasta llegar al núcleo de La Puebla, su intrincado corazón de calles estrechas. Sin bajarnos del coche, callejeamos unos minutos hasta que tuvimos la fortuna de encontrar un hueco donde detenernos en la plaza abierta frente a la fachada de la majestuosa iglesia parroquial que dominaba el promontorio en el que se alzaba.

Por fin, después de todo aquel periplo poníamos pie a tierra. Salvando una pequeña cuesta llegamos hasta el edificio de las Antiguas Escuelas, que albergaba un espacio dedicado a la actividad de una Asociación Vecinal de Mujeres. Allí, después de presentarnos y compartir el motivo de nuestra visita, preguntamos por Ana Guevara y Pedro Arrabal, nuestros anfitriones, tal y como Concha nos había indicado en el último guasap. Amablemente, las vecinas se pusieron en contacto con Ana y quedamos en que pasaría a recogernos en el bar de la plaza. Por hacer algo de tiempo, esperamos sentados, a la sombrita, en la improvisada terraza del Bar Brillante, – que así se llamaba -, junto a la carretera, en el andén de la acera, haciendo esquina con la Plaza del Ayuntamiento, inaugurando la temporada veraniega, entre cañas, acompañando a otros vecinos que ya habían tomado asiento.

Y así, sentados como estábamos, intentando tomar el pulso al día a día del pueblo, nos percatamos de cómo un chico joven, de barba poblada, amable en el trato con l@s vecin@s que pasaban por allí, de distendida conversación, se entretenía poniendo carteles del festival en cada una de las esquinas que formaban las calles adyacentes que convergían en la plaza, un verdadero cruce de caminos. Resultó que el chico joven era Pedro; Don, el alcalde de la Puebla, además de pregonero de excepción, pero eso sería algo que descubriríamos más tarde.

Entre tanto, llegó Ismael, un palentino, un paisano más entre tanto castellano al que Ana había ido a recoger a la estación, a las afueras del pueblo, en una de sus salidas. Y después, siguiendo sus pasos, llegó también un nutrido grupo de amig@s, viej@s conocid@s de otras ediciones; de nuevo, como horas antes, en la estación del AVE de Zaragoza, un goteo incesante de gente.

Al cabo de un rato, como os decía, Guevara, una de nuestras anfitrionas, nos condujo hasta La Botica, el albergue municipal, el que sería nuestro lugar de hospedaje, en la misma Plaza de España; un edificio de hermosa factura, porticado, con un modesto soportal configurado a base de un puñado de columnas y arcos de medio punto dando la bienvenida al recién llegado, cuya alegre fachada, acentuada por su amplios ventanales, asomaba divertido a la plaza del pueblo aportándole un carácter a la vez, un tanto abigarrado y singular. Raúl, otro amigo que conocimos en La Puebla, nos contaría días después que en la planta baja antes había un bar, por aquellos días cerrado, que albergaba un sorprendente secreto en su interior; un antiguo pozo de agua subterránea en su sótano.

(…) Al poco tiempo llegaron Raquel y Juan (Pedrola) y tras saludarnos, tras presentarnos, nos tomamos una caña, brindis protocolario incluido. Después nos acercamos  junt@s hasta el rinconcito donde se iba a celebrar el taller, de la mano de Arrabal. Raquel y Juan nos obsequiaron con un bonito presente, un par de caña-bics, unos bolígrafos realizados por el propio Juan, a mano, a partir de las cañas que él mismo había seleccionado cuidadosamente, con mimo, jugando con las dimensiones y la forma de la caña en sí y el tapón. Todo un detalle, un gesto de lo más amable que, además, nos sirvió para reparar en lo habilidoso y creativo de nuestro maestro cañero para con las cañas.

En un periquete recorrimos los apenas veinte pasos que separaban el hostal de la placita y al pasar por la puerta de entrada del alojamiento escuchamos como alguien pedía ayuda desde el interior de La Botica. Ismael se había quedado encerrado dentro. La humedad había hecho que la madera de la puerta se hinchara y resultara muy pesada. Costaba mucho abrirla, se la veía bastante perezosa. Ya se sabe por aquí que “más vale maña que fuerza”, – los locales lo tenemos bien aprendido -. Afortunadamente, a golpe de hombro y tirando de muñeca conseguimos abrir la puerta e Ismael pudo por fin salir a la calle a fumar, como le gustaba fumar su tabaco. Superado el percance, José María y yo nos separamos del grupo y aprovechamos para subir los bolsos y la mochila que habíamos traído en el coche para dejarlas en el piso de la habitación.

El golpe quedo y ronco de la puerta contra el marco al cerrar tras nosotros indicaba que estábamos dentro. El barandal de la escalera, ciertamente elegante, bizarro, estaba confeccionado a base de espigas de hierro y un pasamanos continuo de madera, sin interrupción alguna que parecía conducir hasta el infinito. Ambos, cada uno y también los dos, en su conjunto, de talla delicada, artesanal, resueltos con oficio, con una forma de hacer de ésas que ya no se ven, amables para con el visitante al que invitaban a estrechar su mano y dejarse ir, acompañándole en sus subires y bajares, en esas idas y venidas de las que ya hemos hablado.

Nuestra habitación, en la segunda planta, la Romero, – como podía leerse en el cartel de la puerta -, se abría con una pesada llave de forja y contaba con dos estancias dividas por una puerta cristalera, muy coqueta y acogedora, con vistas a la Plaza Mayor poblana. Creo que no miento si digo que conservaba el encanto que en su día pudieran tener las antiguas fondas o las casas de carreteros, con su suelo tejido de baldosas de barro formando un mosaico cerámico y el mobiliario de madera ya parcialmente oculto por la pátina cerosa que había esculpido el uso, el desgaste del tiempo. La sutileza velada de los reflejos del vidrio lechoso de la cristalera y la intimidad de una delicada cortina de visillo, tejida a mano, hacía las veces de celosía, diferenciando dos espacios dentro de la misma estancia, a modo de biombo.

José María abrió su bolso de viaje, uno de esos con ruedas, práctico y versátil. Quería sorprenderme con un regalo, – para variar, como acostumbra -, con un par de libros, uno de ellos traído recientemente desde Madrid, otro desde un poquito más lejos, desde el otro lado de “El Charco”, desde Méjico, escrito por un buen amigo suyo, Ramón Aguirre, por lo visto, un maestro en eso del arte de levantar cúpulas de tierra, únicamente con adobes, sin cimbra, sin afinar con madera alguna.

Como empezaba a refrescar cogimos las chaquetas y salimos raudos para la calle, queríamos llegar a tiempo al pregón inaugural, al acto oficial de apertura de las Jornadas en el Salón de Plenos del Ayuntamiento. De vuelta al bar, porque volvimos al bar, tuvimos ocasión de conocer y juntarnos con más cañarter@s. Entonces llegaron también Raquel y Juan, nuestros compañer@s en esta aventura de cañas y barro. Y cómo no, de nuevo, también, alzamos nuestras cañas al aire para celebrar aquel afortunado y oportuno reencuentro, firmando otro primer chin-chin a la salud de nuestr@s anfitriones.

A eso de las siete y media de la tarde arrancaban al fin las Jornadas de Arundo Donax, alrededor de la caña musical, tras un emotivo discurso de las autoridades congregadas allí. Abrió el acto el Presidente de la Comarca, que agradeció la iniciativa y celebró los 10 años de historia del festival. Le siguieron el resto, protocolariamente. L@s organizadores fueron l@s últim@s en tomar la palabra. Entre otras menciones, uno de nuestros anfitriones, Mario, de forma expresa, nos dedicó unas bonitas palabras de bienvenida, como componentes del recién formado equipo de caña y barro, a la pareja de arqui-terros que conformábamos el propio JM y yo. Cerró el acto el excelentísimo señor alcalde, Don Pedro Bello Martínez y digo bien, una vez más, Don.

Se produjo un impás. Después de unos momentos de incertidumbre, el aforo que llenaba el pleno comenzó a abandonar la sala y se concentró espontáneamente en las escaleras del Ayuntamiento, frente a la puerta del edificio, en la calle.

Antes de sumarnos a la comitiva regresamos al bar para tomar un tentempié. Habían pasado varias horas desde la última vez que habíamos probado bocado. Raquel y Pedrola también nos acompañaron. De pie, formando una media luna en torno a la barra, tomamos algo rápido.

En torno a las ocho, el festival Arundo Dónax celebraba su particular rompida de la hora a golpe de dulzaina y tambor. El festivo pasacalles arrancó camino del pabellón donde se iba a celebrar el concierto inaugural y la comitiva le siguió con naturalidad, acompañando a l@s músicos. Nos incorporamos a la parte final del grupo, cada vez más numeroso y bullicioso.

Por el camino pasamos junto al lavadero antiguo que había servido como sala de exposiciones en ediciones anteriores de CAÑARTE, promovido, entre otros, por los compañeros de “Fuera de Tono”. No había estado dentro, pero como había visto algunas fotografías del edificio me resultó familiar y lo reconocí desde la calle.

Tras una breve caminata llegamos hasta las escaleras que daban acceso al edificio. Justo a la entrada del pabellón “El Charif”, – que así se llama -, sobre una mesa expositora, las maquetas de Juan en caña y yeso recibían a l@s festivaler@s que se habían acercado hasta allí. El color amarillo ceroso de las cañas resaltaba con fuerza sobre la falda negra que vestía la mesa sobre la que descansaban. José María y yo enmudecimos, quedamos impresionados, atónitos, sin palabras. Estábamos habituados a ver otras formas de trabajar la caña pero, honestamente, no con esa manera de hacer tan particular e intensa de Juan, una forma de interpretar la caña que, – literalmente-, tocaba la fibra, emocionaba, llegaba hasta allí donde resuena el eco de los latidos.

Mientras observaba su obra me vinieron a la cabeza un puñado de recuerdos de mi infancia. En el pueblo de mi padre (Fuencaliente del Burgo, Soria, España) todavía existe una extensión de tierra llamada “Valdecañicera” (Valle de Cañicera). Antaño, los nombres venían de algo, tenían, como mínimo, un por qué. Y en efecto; así era, especialmente en las zonas rurales, donde bastaba echar un vistazo a lo que allí crecía, a la vegetación del entorno, para comprender el motivo del nombre de los parajes. Me gustaría compartir este pequeño secreto con vosotr@s; en muchas ocasiones la toponimia local nos revela muchas pistas sobre el paisaje, la geología, la cultura y la historia de los lugares. En aquella parte de la geografía de la Península, las chimeneas de las cocinas de las casas más antiguas eran de cesto, tejidas a partir de varas flexibles de avellano u otras ramas de arbustos entrelazadas, recubiertas con barro tanto al interior como al exterior y; en el mejor de los casos, adornadas con cal, con una cenefa dibujada en la base, a la altura del arranque. Por otro lado, en el pueblo de mi madre, (Vadillo, zona de Pinares, Soria), todavía permanecían algunas casas en pie cuyas paredes habían sido levantadas siguiendo una técnica similar a la de las cocinas encestadas, las cocinas pinariegas, para después ser revestidas también con una mezcla de barro y paja. Resumiendo, eso era lo más cerca que había estado de algo así.

De modo que, por fin, después de tanto rodeo, teníamos ocasión de acercarnos al trabajo del maestro Pedrola a través de la impactante y magistral maqueta que él mismo, con sus propias manos, a mano, había elaborado, había tejido, había hilvanado con tanto esmero. Aquélla fue la primera vez que tuvimos la oportunidad de entrar en contacto directo, físico y material con su oficio, su arte a la hora de interpretar el trabajo con la caña y también con la esencia misma del taller, lo que nos hizo sentir más cerca de resolver esa cuestión que todavía resonaba en nuestras cabezas, esa cuestión que todavía quedaba un tanto pendiente, la cuestión del “hacia dónde vamos”, qué queríamos conseguir a través de la actividad, de nuestra participación conjunta en las Jornadas. El asombro convertido en silencio y admiración dio paso a las palabras del maestro, aquellas primeras lecciones que Juan compartió generoso con nosotr@s, aquellas notas básicas sobre la filosofía de la que bebía su trabajo, en clave de sol y agua.

He de decir que a estas primeras impresiones y apuntes les seguirían muchas otras más. El maestro Pedrola fue también nuestro guía en El Charif, compartiendo los detalles de la exposición en torno a la caña que albergaba el gran salón multiusos; obras de arte, objetos, carteles, fotografías, instrumentos musicales, entrevistas…; todo para conmemorar el décimo aniversario del popular festival.

20.30 h. En el escenario, dos espectaculares y gráciles palmeras de caña arropaban con su presencia la intimidad de los músicos; el grupo, el dueto, la pareja “El Mantel de Noa” nos deleitó con sus mejores notas de arpa y duduk, una suerte de flauta primitiva usada desde la Antigüedad, patrimonio de la Humanidad. En suma, un concierto inaugural colmado de canciones que calaban el alma y arañaban la piel.

22.15 h. Tras el concierto de apertura, el Dios Baco quiso deleitarnos con un elaborado vino español. Tortilla de patata, morcilla, pan tostado con tomate, croquetas y otras tapas salpicaban una mesa en ebullición, con buen ambiente alrededor, mientras se sucedían los abrazos entre notas de garnacha y silencios de dulzaina y tamboril. Llegados a este punto, antes de que hagáis mentalmente el recuento de las cañas que llevábamos encima, lo haré yo, todo un cañaveral.

Sábado 11. Pasada la media noche regresamos a La Botica. Refrescaba un poco. El invierno no quería irse todavía, el muy testarudo había llegado para quedarse. Ojalá el sábado hiciera tan buen día como lo había sido, como lo “había hecho”, aquel viernes 10 de marzo de 2017, – pensamos -.

Por la noche, la fiesta continuaría en la terraza del Bar Brillante pero no para nosotros. Ciertamente, después de tanto trajín, nuestros pasos al subir las escaleras se sentían más torpes, algo más pesados. El cansancio se dejaba ver en las persianas medio bajadas de los párpados.

Ya en la habitación se sucedieron las conversaciones con la almohada en torno a la actividad que nos esperaba al día siguiente. Nada y todo listo, a dormir. Habíamos depositado mucha ilusión y energía en ello. Me recuerdo a mí mismo, intentando coger el sueño, contando cañas en vez de ovejas, muchas cañas, todo un cañar, todo un cañaveral. Los nervios y la tensión no me dejaban cerrar del todo el ojo izquierdo hasta que; por fin, Morfeo, se ofreció generoso a mecer mi jergón de lana y caí rendido en los brazos de su sueño profundo.

07.00 h. Suena el despertador: son las 7 de la mañana, hora de levantarse. Se me habían vuelto a pegar las sábanas, ya estaba apurando la hora una vez más y eso que quería levantarme con tiempo para dejar todo bien organizado antes de que l@s participantes empezaran a llegar, esto es, antes de la hora del almuerzo, uno de los momentos álgidos del evento. En el programa oficial de las jornadas figuraba que la actividad del taller, la “Intervención artística Caña y Barro con Juan Pedrola” arrancaría a las 09,30 h. en la plazoleta de la Calle Costa, una de las arterias que desembocaban directamente en la Plaza Mayor del pueblo.

07.30 h. Como os confesaba me levanté algo más tarde de lo que tenía pensado. Por ganar algo de tiempo se me ocurrió bajar al aseo de la planta de abajo. Ocupado. Aviso a navegantes: sólo agua fría, calentador estropeado. En fin, ya se sabe, al mal tiempo, buena cara. Duchazo y cantos de ópera para sobrellevar el baño de agua gélida, como en mi tierra natal, cuando en casa de mis abuelos la bombona de butano del calentador comenzaba a flaquear. Una pequeña anécdota, toda una experiencia, una aventura más para nuestro cuaderno de viaje, para nuestro cuaderno de bitácora.

José María y yo habíamos quedado “al alba” con nuestros compañeros. Lo que vino después fue un desayuno con diamantes; los mejores, Raquel y Juan, l@s más madrugadores de la Botica con diferencia, mucho más que nosotros. Desayunamos junt@s, sentados en torno a la mesa que ocupaba el espacio central del saloncito del albergue, habilitado como comedor junto a la cocina, en el piso de abajo. Nos dimos un pequeño margen de 10 minutos y quedamos en la calle para terminar de organizar todo. Quedaba pendiente el trabajo de descargar el atado de cañas del coche de nuestros amigos, un pick-up sobre cuya capota descansaba un enorme manojo de cañas, la materia prima del taller, no pasando precisamente desapercibidas y que, de algún modo, anunciaban lo que iba a suceder allí. No se me ocurre mejor cartel ni campaña de marketing.

Como parte del equipo no había terminado de desayunar, hicimos una breve parada en el Brillante para tomar un tentempié y coger fuerzas para afrontar el día. No recuerdo exactamente lo que JM se pidió, pero sí lo mío: vasito de leche fría con azúcar de caña y caña de chocolate.

9.30 h. Pausa, paréntesis. Dejándonos llevar por la corriente del programa y el olor a choricillo recién asado en la brasa, nos acercamos hasta el salón multiusos de “El Charif” para compartir el almuerzo matutino que habían montado allí, la sorpresa que los organizadores habían estado cocinando, que se habían currado para tod@s, choricico con un par de huevos. Añado más: tómese esto como se quiera o como se pueda. Espectacular, todo un manjar. Buena forma de empezar el día, – si no la mejor -, entre mediterránea e inglesa, todo un brunch. Much@s se habían pegado el madrugón para que otr@s disfrutáramos del mejor de los despertares, desde aquí nuestro sentido agradecimiento y reconocimiento a esa labor, a esa gesta, a todo ese trabajo tan bien enarbolado.

Después de almorzar, – como no podía ser de otro modo-, nos fuimos tod@s de cañas, un@s saliendo de visita a los cañares, participando de la actividad “Paseo musical y corte” y otr@s, de regreso a la Calle Costa, una vez más de vuelta a nuestro rincón, al particular cañar que Juan y Raquel habían tejido para tod@s.

Para l@s que no tengáis el placer de conocerle, de conocerlo, os diré que el trabajo de Juan y Raquel; – su defensa, su defendedora, su apoyo -, cimbrea entre las artes del oficio y de la vida misma. Un trabajo delicado esculpido en caña con mucha rasmia, a golpe de cierzo, callos, imaginación y años de ensayos.

Para un recién llegado como yo, sorprendía y de qué manera el descaro con el que Raquel y Juan se movían entre las cañas que habían tejido; la soltura, naturalidad e inusitado desparpajo de la pareja que, como atareados y afanados pajarillos, se desplazaban de uno a otro lado del cañaveral que acababan de levantar, saltando de una a otra costilla del “cañar construido” con que aquel año, en aquella edición tan especial del festival, se habían propuesto sorprender a l@s asistentes al Arundo Donax. Desde luego que lo habían conseguido, al menos en lo que a nosotros se refería.

Al ver aquella escena, al contemplar aquella imagen, recordé una fotografía en blanco y negro que había visto días atrás, la del escultor Pablo Serrano trabajando en la intimidad de su taller; un artista natural de tierras vecinas, del pueblo de Crivillén, con aquel diálogo tan presente en su obra, entre llenos y vacíos, entre la caña y el aire, entre la naturaleza y la urbe. Para ser completamente sinceros, he de confesar que el trabajo de Raquel y Juan, su obra, su instalación, su c@sa, – lo que sea, como quiera que queramos referirnos a él, resulta inclasificable, ponerle etiquetas o, justo eso, clasificarlo, me resulta francamente difícil y, en cierta medida, entiendo que si tratara de hacerlo contradeciría el espíritu libre del que su obra se imbulle -.

Debo decir que la elección del emplazamiento no fue casual, todo lo contrario, muy sopesada y bien meditada por nuestros anfitriones, todo un acierto visto desde la perspectiva que brinda el paso del tiempo y la experiencia misma del transcurso de las jornadas.

(…) Ya bien entrada la mañana, vespertinamente, el equipo del Ayuntamiento procedió a cortar una de las vías que daban acceso a la placetuela donde iba a quedar instalada la obra de Juan, restringiendo el paso a los coches. La calle era bastante empinada, en cuesta, como si de un ribazo en los que tanto les gusta crecer a las cañas se tratase; la aledaña a la calle Costa, una arteria muy viva del pueblo que soportaba bastante tráfico de diario. Con la ayuda de unos conos de obra consiguieron que quedará bien señalizada, indicando que se circulara con la debida precaución por las inmediaciones, para evitar cualquier percance, sin llegar a interrumpir el tráfico por completo.

Seguidamente, uno de los integrantes del equipo de la Brigada Municipal destapó un registro de la toma de agua pública de incendios, colocó una llave y abrió el paso del agua, conectando una manguera. Superado el primer traspiés, – la boca estaba atascada de barro y tocó limpiarla -, nos pusimos manos a la obra con la preparación de los materiales y las diferentes materias primas que también participarían del taller a modo de ingredientes para elaborar nuestra particular receta de caña & tierra.

Procedente del almacén municipal, llegó el toro mecánico, un torico bravío de caucho, metal y corazón de aceite, recorriendo las intrincadas calles del pueblo como si se tratase de un festejo de vaquillas, con su abultada cornamenta al frente, pitones por delante, con la saca de 1 tonelada de arcilla, que descargaría allí mismo, amorcando sus cuernos de acero y queratina sobre el pavimento de asfalto de la placetuela de la concurrida y frecuentada Calle Costa, nuestro particular ruedo en el festejo. Después llegó también la arena desde Cuarte de Huerva, a galope, a lomos de un antiguo dos caballos. Y para terminar, seguidamente, desembarcó una última furgoneta con alpacas, sacos de fibra, herramientas, un capazo (una gaveta de unos 50 litros), guantes, palas, cepillos, recogedores y una mesa plegable de generosas dimensiones que nos serviría como improvisado expositor/mesa de trabajo y que, horas  más tarde, José María, – además de amigo, uno de mis chefs de cabecera, como iréis descubriendo -,  transformaría en isla de cocina de la tierra, una pequeña fábrica de ideas frescas, listas para meter al horno, emplatar, servir y compartir con la gente.

Nuestro compañero Pedro Arrabal, en coordinación con el equipo del Ayuntamiento lo había previsto todo al detalle, minuciosamente, delimitando las áreas de instalación, la zona de colocación de la piscina que nos habíamos propuesto construir con lona y balas de paja, un área para la exposición (muestra) del taller de tierra en sí y un espacio alternativo contiguo para acoger el taller de caña y costura (diseño & patronaje, corte, confección, tejido y planchado).

Lo cierto es que la obra de Pedrola estaba situada en un lugar privilegiado. La dispusieron con mucho acierto, dialogando con el espacio, en sintonía con la atmósfera del lugar, coqueta y recogida, íntima, escondida entre el bosque de pilares y la celosía de hormigón que cubría el espacio, arrojando algo de sombra sobre los bancos dispuestos junto a las paredes contiguas, un rincón que invitaba a sentarse y pasar un rato distendido, aparcando el reloj, disfrutando del día, del instante presente. El único ruido que se escuchaba en la calle Costa era el de nuestro propio ajetreo, nuestros propios movimientos, el rumor del ir y venir de la gente y el de las propias materias que participaban del taller; el chorro de agua, el soplido del viento, el rechinar de la arena entre las manos, el silbido de las cañas, el roce de los canutos al encontrarse en el aire, entre sí, como baquetas de tambor, de caja, verdaderas notas de flauta y barro.

Caña sola

Juan lo tuvo claro desde el principio, desde el primer momento desestimó la idea de emplear anclajes auxiliares para fijar la estructura al suelo, nada de sobre-elevarla. La presentaría sin botas, “con los pies en la tierra”, descalza, simplemente apoyada, descansando directamente sobre el suelo, bien asentada, – claro está -, teniendo en cuenta sus dimensiones y la geometría del propio rincón, así como la pendiente de la acera, bastante acusada, con caída hacia la calzada.

Conscientes del protagonismo de la caña en las jornadas, en el festival Arundo Donax, dedicamos la parte central de la exposición al empleo de ésta y sus subproductos, precisamente como posibles ingredientes para el rebozado de la estructura encañizada, para dotarle de una piel terrosa. Entre los objetivos del taller nos habíamos marcado el estudio de sus posibilidades dentro del ámbito constructivo y artístico, de las artes plásticas, no sólo para la elaboración de la masa de rebozados de tierra, de los revestimientos, sino también dentro de otras aplicaciones como acabados, texturas e incluso la fabricación de prácticas herramientas caseras a partir de la misma caña.

Nos pareció interesante, en paralelo al desarrollo de la actividad en sí, procurar integrar y montar una muestra didáctica, con carácter expositivo, que sirviese como primer punto de aproximación al mundo de la arquitectura y la construcción con tierra. Bastaron un tablero sobre un par de caballetes de madera y la colaboración entusiasta por parte de tod@s.

Loli y Pedro habían fabricado unas improvisadas gavetas de trabajo a partir de garrafas de plástico de 5 litros cuidadosamente recortadas, con los bordes protegidos con cinta aislante para evitar arañazos al manipularlas, que nos sirvieron como expositores ideales para mostrar diferentes materias primas, una cuidada selección de ingredientes con los que poder elaborar un revoco, un recubrimiento de tierra o; como era el caso, un rebozado de tierra & fibra de caña.

La exposición contó con diferentes muestras de tierra arcillosa, entre otras, arcilla en polvo, micronizada, impalpable, traída de una tejería del pueblo vecino de Quinto. Compartiendo protagonismo con la tierra, con la arcilla, también incluimos en la exposición otro de los materiales que más tarde emplearíamos en la elaboración de nuestra particular receta de cocina y arquitectura: arena fina, de la que se usa habitualmente en obra, ensacada, fácil de conseguir en cualquier almacén de materiales de construcción, sin añadidos ni conservantes.

A modo de ejemplo, para completar el abanico de posibilidades y materiales a emplear a la hora de elaborar revocos de barro & fibra, contábamos también con diferentes variedades de ingredientes, todo un corolario de materias primas para incorporar a esa receta ideal que andábamos buscando para conformar la masa que serviría como piel a aquel ser vivo de caña y sólo caña al que Raquel y Pedrola habían dado vida.

Disponíamos de un amplio abanico de muestras de diferentes tipos de fibras, en su mayoría caseras, materia prima casera (cáscaras secas de naranja, cáscaras de huevo, conchas, cáscaras de frutos secos como nueces, almendras, cacahuetes, pipas, otras como fibra de coco,…) transformadas en ingredientes básicos fundamentales para la elaboración de nuestra receta o, dicho de otro modo, material de trabajo presto para ser empleado. También incorporamos a la muestra una pequeña selección de fibras sintéticas recicladas, recuperadas de la cocina, como mallas de patatas y bolsas de naranjas. Entre nuestra modesta y particular selección de fibras contábamos también con algunas procedentes de actividades industriales o fabriles como papel de periódico y serrín de madera, algunas muestras de fibras del entorno más inmediato, recogidas en el campo, recolectadas en la ribera; obtenidas de distintas especies vegetales abundantes de la Naturaleza, vegetales, aprovechando las diferentes partes de las plantas, como hojas, tallos y semillas, como es el caso que nos ocupaba (caña) o, como por ejemplo también, el de la thypa, totora,  de las semillas de esparagaña, de los “juncos” terminados en esa suerte de “puro marrón” tan vistoso que corona su tallo.

Materias y fibras, – estas últimas -, que no llegamos a emplear, dado que lo más cómodo, divertido y coherente con la propia temática de las jornadas resultó apostar por el serrín de caña como agregado, como carga vegetal fibrosa.

Y así, nos embarcamos en una aventura con rumbo tan desconocido como apasionante. Desde un principio, nos habíamos marcado como finalidad la idea de explorar todas una y cada de las partes de la planta para redescubrirla como materia prima para nuestro trabajo, queríamos plantear el estudio de cada uno de sus elementos y componentes para, en un última instancia, dotar de una piel mineral-vegetal a la estructura encañizada tejida por el maestro Pedrola, llevando a cabo diferentes ensayos con distintas mezclas & proporciones, algunas de las cuales ni siquiera llegamos a poner en práctica, otras sí.

Las anotamos aquí porque lo estimamos oportuno, con el ánimo de invitaros a seguir profundizando en la línea de investigación del taller u otra cualquiera que pudiera surgir, con el ánimo de compartir.

[ 1 ] HOJAS de caña

¿Hojas? ¿Qué podemos hacer con las hojas de la caña, qué utilidad podríamos darle? Tras limpiar/pelar las cañas recogeremos las hojas para su posterior empleo. Las hojas a emplear (en cantidad abundante y suficiente) podrán ser las procedentes de la limpia de cañizos. Dentro del programa del taller nos planteamos elaborar un revestimiento para la estructura de cañizos a partir de una mezcla de barro y hojas secas de caña como fibra. Llegados a este punto, cabían (al menos) tres posibilidades:

La primera: utilizar las hojas tal cual, incorporarlas a la mezcla de barro directamente, sin procesamiento previo alguno.

La segunda: optar por su trituración (molienda, fragmentación) para emplearlas como fibra menuda añadida en la masa del revoco (rebozado) y generar una matriz geo-vegetal.

La tercera: emplear una mezcla de hojas de caña tal cual, a la que añadiríamos los pedacitos molidos para obtener una matriz vegetal más heterogénea y resistente.

Para seguir profundizando en las posibilidades de las hojas de la caña como materia prima para diferentes aplicaciones os invitamos a observar con detalle las cualidades de sus hojas, sus características físicas, su anatomía; esto es, su fisionomía: textura, haz, envés, longitud ~ 5-7 cm, dirección de fibras, geometría, estrecha, alargada, lanceolada (punta, filo borde, canto, margen), nerviación paralela (no ramificada), color verde brillante (en cañaveral). Es importante también percibir cómo parte; el modo en que rompe, porque toda esa información nos va a dar pistas de su comportamiento posterior como elemento fibroso dentro del alma del revoco.

[ 2 ] VIRUTILLAS + SERRÍN de caña (para obtener un revoco de barro & fibra)

La obtención de este “serrín de caña” pasaba por el aprovechamiento (reutilización) del serrín (virutillas + polvo) aportado por el equipo de la fábrica vecina “Caña Selecta”, dedicada a la exportación de canutos para la fabricación de lengüetas de instrumentos de viento como, por ejemplo, saxofones. Amablemente, nos habían reservado 3 sacos de materia prima, presta para su empleo. Sólo fue necesario retirar las fracciones de mayor tamaño para evitar arañazos y rasguños al manipular el material directamente con las manos y también al pisarlo y mezclarlo con el barro descalzos, con otras fibras añadidas. El serrín de caña estaba compuesto en su mayor parte por el polvo (de los cortes de la propia caña) que se obtenía por aspiración de los espacios de trabajo, como sub-residuo de la limpieza/preparación de las cañas, algo de corteza muerta, restos de hojas y algunas tiras y tiretas de los canutos de las cañas descartados para la venta y exportación.

Una opción más casera, versionando lo anteriormente expuesto, sería la trituración de los restos de caña procedentes directamente del campo, de los trabajos de corte y limpia de los cañizos ya seleccionados y de la poda anual del cañaveral en su conjunto dentro de las operaciones periódicas de mantenimiento habituales.

Como curiosidad os diré que la coloración predominante del serrín así conformado era (es) verduzca con notas amarillentas, muy diferente al color amarillento, triguero, del polvo de la paja, del tamo de la trilla y/o del serrín de carpintería con el que, al menos nosotros, recién llegados al mundo de la caña, estábamos más familiarizados. Al manipularlo, comprobamos que debido a la humedad remanente y persistente el serrín de caña tendía a apelmazarse algo, formando “esponjas” vegetales, pelotas de tamaño y textura similar a la que pudiera tener un sombrero de boletus, una buena croqueta; si bien es cierto, con algo de paciencia, se conseguían deshacer con facilidad, desmenuzándose entre los dedos y las palmas. El serrín de caña desprende un olor característico, fácil de identificar, propio, reconocible, muy particular. La fibra así obtenida resultó ser muy ligera y “esponjosa” y una vez mezclada bien con el barro, le dotaba de un carácter granular, de una granulosidad que; en definitiva, resultaba agradable al tacto y “a priori”, en aquel momento, nos pareció que sí pudiera convenir al buen comportamiento del rebozado, del revestimiento para la creación de caña de Pedrola, Juan, Don.

[ 3 ] CENIZA

Algunos textos e investigaciones recogen el uso de este elemento ya desde la Antigüedad como “crecepelo”, elaborando un unte, un ungüento, un mejunje, a partir de una mezcolanza de ceniza y vinagre en determinadas proporciones. Sin embargo, – posibilidades comerciales al margen -, lo que nos habíamos marcado allí era el estudio y extrapolación de posibles aplicaciones constructivas de esta práctica ancestral del trabajo de la caña. De la tan extendida y arraigada quema de cañizos se obtiene ceniza en cantidad abundante como plantearnos su empleo como agregado en la mezcla, como ingrediente básico para la elaboración de la masa de nuestros rebozados, de nuestros revocos.

Permitidme hacer un apunte en relación al punto de la quema de cañas. En cualquier caso, habrá de consultarse y respetar la normativa municipal al respecto, conforme a los índices de fuego que establece la Comunidad de Aragón y lo establecido en el derecho consuetudinario.

Por una cuestión de disponibilidad y accesibilidad, la ceniza que empleamos en el taller era 100% casera, obtenida de la quema de raíces de almendros y algo de caña en la chimenea del hogar de la propia casa de Loli y Pedro. La ceniza así obtenida resultó ser muy volátil, esponjosa, bastante aireada, muy fina, impalpable. He de añadir que las cañas y hojas secas, por su parte, arden con mucha facilidad, la llama se agota pronto, dura apenas unos segundos, para que no se apague el fuego, se ha de alimentar continuamente, es necesario ser precavidos si se manipula en casa, los nudos de los canutos crujen (se dejan oír) al contacto con el fuego y crepitan con fuerza, pudiendo saltar algo. Hemos de ser muy precavidos al manipularla y cuidar que su enfriamiento se produzca en un bidón, lata ó cubo metálico, cerciorándonos de que quede bien tapado. Esta ceniza es un material no resinoso. Nos quedaría por ver cuál es su grado de reactividad, comprobar su nivel de compatibilidad con la tierra y el resto de ingredientes de la mezcla, su aptitud como ingrediente para la elaboración de rebozados de barro, su propio ph y cómo afecta su añadido al ph del conjunto de la masa, con vistas a su manipulación dado que, habitualmente, en los talleres, trabajamos a mano, pisamos el material, estamos en contacto directo con las mezclas durante un tiempo considerable.

[ 4 ] CANUTOS, CANUTILLOS, TABAS, CORTES, ESCAMAS de caña

¿Qué podemos hacer con los canutos de caña sobrantes? Nos propusimos experimentar también con canutos de caña triturada (sin nudos) para el mismo fin; armar cañizos de revocos de barro & “astillas, virutillas” de caña, pequeñas “teselas” ó “galanos” a modo de escamas, para emplearlas embebidas en la masa y/o dispuestas en superficie a modo de revestimiento superficial, como escamas protectoras y decorativas, nuestra particular versión casera del “opus reticulatum” romano o del “trencadis” catalán, una suerte de mosaico orgánico, domesticado, adaptado a nuestras posibilidades y recursos. Como curiosidad señalaremos aquí que los canutos, las “tabas” de caña, podrían servirnos como lapiceros de la tierra, a modo de cuño, tampón, sello, como elemento de escritura, como vehículo de expresión y creatividad artística y también, como veíamos, por qué no, como elementos de decoración en sí mism@s, para configurar el acabado de “losetas” y “baldosines” en paredes.

[ 5 ] TELO ó TELILLA (membrana que recubre el interior del tallo ~ improvisadas tiritas, apósito, cicatrizante natural)

[ 6 ]  PLUMERO (semillas, uso como fibra para revestimientos de terminación, en capas finas)

[ 7 ] BULBO, RAÍZ (partes subterráneas de la planta, muy resistentes a la humedad, con diferentes aplicaciones culinarias, no sólo constructivas)

En buena medida, parte del objetivo del taller consistía precisamente en experimentar, en explorar; comprobar hasta dónde éramos capaces de llegar, trabajar en equipo buscando obtener el mejor resultado posible, descubrir qué sensación transmitía al tacto, cuál era su textura; propiciar una primera aproximación al material, estudiar si cabía la introducción de algún tipo de mejora, si era posible ajustar la mezcla, de afinarla bien, si los materiales empleados resultaban compatibles y/o complementarios entre sí; en suma, un sinfín de detalles y pequeños matices que todavía se nos siguen escapando. Tanto los tallos (la caña, los canutos), como las hojas son elementos ricos en sílice (orgánico), por lo que; “a priori” entendíamos que podía convenir bien (maridar, casar perfectamente) con nuestro rebozado de barro, con la arcilla, principalmente, silicatos de aluminio y magnesio (sílice alúmina).

Las posibilidades decorativas de/con la caña son infinitas, compartimos aquí un par de ellas que habíamos planteado dentro del programa del taller que finalmente no llegamos a poner en práctica:

a.- ceniza soplada e integrada en la superficie del rebozo todavía húmeda

b.- elaboración de pintura a base de arcilla? Ingredientes: arcilla + ceniza + vinagre + aceite + … (ídem agallas de roble, negro humo, sarmientos quemados, tizones; todo un recetario por investigar)

Complementando la muestra, nos pareció interesante incorporar a la mesa expositora algunos ejemplos de cómo reciclar envases para construir herramientas; apuntes construidos sobre cómo fabricar nuestros propios kits de playa (cubos, palas, rastrillos, moldes, regaderas, …), talochas a partir de asas de garrafas de aceite… De modo que cada un@ tuviese ocasión de reflexionar en torno a sus propios hábitos de consumo, cómo darle un giro a esa pauta tan “familiar” de “reciclar en casa”, más o menos aceptada y extendida.

Como os comentaba líneas atrás, JM había ideado una serie de moldes para hacer adobitos, pequeños adobes, pequeñas adobas, inspirado en el trabajo “Obras de tierra” de unas compañeras de América Latina, en nuestro caso, moldes elaborados a partir de envases de plástico (silicona) de alcachofas precocinadas recuperados. Aquí va otro pequeño secreto: JM se pegó hasta las mil recortándolos y preparando su ensamblaje precisamente para que estuvieran listos para poder ser usados al día siguiente.

También empleamos envases de flan, de yogur y queso “de Burgos”, casualidades de la vida, la ciudad natal de JM. A propósito de esto compartiré que JM también ha empleado en alguna ocasión tetrabricks de leche convenientemente recortados que igualmente resultan de lo más prácticos para estas ocasiones. Imaginación e ingenio que no falten.

Lo cierto es que las piezas sobrevivieron al taller por lo que volvimos a utilizarlas en otros talleres, cosa que hizo también especial ilusión a Chema, consciente de la importancia de seguir sembrando semillas de la tierra en l@s peques, cultivando el terreno, pensando en que, el día de mañana, serán ell@s y sólo ell@s los que decidan sobre su propio futuro.

(…) A ESO DE MEDIODÍA, Pedro, el alcalde la Puebla, en un bonito y sentido gesto, se acercó hasta la placetuela y nos animó a redactar unas palabras para después pregonarlas por las calles del pueblo; de la Puebla, invitando así a participar a l@s vecin@s de la actividad, especialmente, a l@s más pequeños. Arrabal y yo mismo nos pusimos a ello tan pronto como encontramos un huequecito entre tanto ajetreo, entre tantas idas y venidas. Yo llevaba las manos manchadas de barro así que fue Pedro quien tiró de pluma e imaginación, recogiendo también las palabras de José María, apuntándolo en un trocito de cartón recortado a mano; un trozo de las solapas de una caja que habíamos aprovechado para la ocasión, erigiéndonos, – sin pretenderlo -, como portavoces, como caña-bics del grupo.

Texto del pregón: “Os invitamos a mancharos de barro… y a participar de esta “gambarrada” que estamos cocinando entre tod@s. Por favor, no olvidéis traer bañador y chanclas…”

El mismo alcalde de la Puebla, Pedro, a golpe de altavoz o; mejor dicho, de corneta disfrazada de micrófono, se encargó de hacer volar las palabras por las calles del pueblo, como golondrinas, como avioncillos. Poco más que añadir a esto.

Entre tanto, Juan y Raquel, siguieron rematando la instalación definitiva de su escultura de caña, terminando de ajustarla y asentarla en su posición definitiva, en el lugar elegido para ella.

Durante un buen rato continuaron trabajando concentrados, en silencio, tejiendo la estructura, tricotando con cañas una nueva lección para compartir con la gente que se había acercado hasta allí, entre otros, aquella pareja tan singular de amigos cañeros venidos desde Barcelona, aparejador & politólogo respectivamente, Txiqui y Xavi, los compañeros del colectivo vadecañas (vadecanyas).

Juan seguía con las cañas, metiéndose más caña aún si cabe, con la caña, sólo con caña, únicamente con caña. También sólo con caña, sólo de caña los nudos, las uniones y empalmes, los encuentros, yema sobre yema, como a él le gustaba, siguiendo la singular técnica que él mismo había ido desarrollando, depurando y perfeccionando con el pasar de los años y la práctica. Afortunadamente, en medio de tanto frenesí solía quedar tiempo para compartir alguna lección del maestro. Os confiaré una pequeña anécdota. Gracias a Juan y a los compañeros de Barcelona descubrí que mi rajador, un antiguo abridor de cañas de bonita factura en madera de boj que había recuperado gracias a un vendedor del rastro, muy desgastado, era de los que utilizaban para rajar las cañas del norte del Levante. Por sus dimensiones, en principio, resultaba más apto para cañas de gran diámetro, de las que crecían por aquella zona de la costa, a orillas del Mediterráneo, no tanto ribera arriba del Ebro.

Me vino a la mente una anécdota que me habían contado y quise compartirla con Juan. Antonio, al que había conocido en el rastro de Zaragoza, el restaurador al que se lo había comprado, guardaba el abrecañas del que os he hablado en su casa como un auténtico tesoro, por algún motivo, de forma desprendida, quiso relatarme una historia familiar que me propongo escribir aquí. Recordaba con orgullo una historia de la niñez, la imagen todavía latente en su memoria de un tío suyo que abría las cañas bastándose del dedo gordo de la mano, con el pulgar, sin la ayuda de herramienta alguna. Juan, en vez de tomarse a broma esta simpática historia como cabría esperar “a priori”, se quedó pensativo y me dijo que él también había escuchado algo de eso y que lejos de ser una leyenda, tenía buena parte de verdad si no toda. Tiempo atrás, cuando se vivía de la caña, – Pedrola lo sabía bien-, había antiguos cañiceros que, buenos conocedores de su oficio, para poder trabajar la caña a diario, con la mano, a pulso, sin más herramientas que la humildad del ingenio, se dejaban crecer la uña del pulgar durante meses, de modo que la misma uña al volverse sobre sí, protegía la parte de la yema más próxima a ella, permitiendo empujar hacia delante la caña sin que al tirar de ella el artesano pudiese hacerse herida alguna, cortarse o astillarse al querer abrirla; al pretender rajarla en tirillas o tiretas. Increíble pero cierto.

12.30 h. Se nos echaba el tiempo encima. Llegamos cuando apenas restaban unos minutos para el final del concierto didáctico ofrecido por “Vibra-Tó”, que había comenzado puntual a las 12; aún con todo, lo que pudimos ver nos pareció excepcional y pescamos algunas ideas que pensamos podrían resultarnos muy útiles para introducir en la propia dinámica de nuestros talleres, en otras latitudes, en otras geografías.

Lo que vino después fue el afortunado receso entre el concierto y la comida. De camino hacia El Brillante, – para variar -, por hacer tiempo, nos rencontramos con los compis catalanes y nos fuimos de cañas juntos, de vermuteo. Durante la conversación surgieron nombres de amig@s en común, lugares comunes, miradas comunes, México, bóvedas mexicanas, Ramón Aguirre, – el compañero de José María -, ARTIM (Espinosa de los Monteros, Burgos), Laurent, … En definitiva; muchas tangencias, buena sintonía, buena onda.

Cómo no, llegamos de los últimos, pasadas las dos de la tarde. Nos habíamos entretenido tomando algo en la terraza, como ya habéis comprobado en el relato, uno de los puntos neurálgicos del festival, – al menos para nosotr@s -, por si todavía no había quedado claro. L@s anfitriones nos hicieron hueco en la mesa más próxima a la cocina. Por mi parte he decir que tuve la fortuna de sentarme junto a Arrabal, me sentía muy cómodo y arropado a su lado y habíamos descubierto desde el primer momento nuestra afinidad mutua. El equipo de Arundo había preparado un exquisito rancho de ternera con patata acompañado de una salsa salpicada de pimenta que estaba de rechupete. Para rematar: postre, helado, roscón y café de puchero. De lujo. A mi izquierda estaba sentado uno de los compañeros catalanes, el Xavi. En aquella ocasión la conversación giró en torno a la tierra, las cañas y l@s compañer@s en común, los proyectos en curso y mi propia curiosidad acerca de los motivos por los que un politólogo de carrera como él había llegado a convertirse en todo un bioconstructor. Sentía una curiosidad infinita por saber cuáles eran sus motivaciones, la razón de un giro tan pronunciado en su vida, – al menos, a mi modo de ver, desde la ignorancia más absoluta -.

Ya casi de sobremesa llegaron también Pedro Bel y Bea, uno desde Graná, la otra desde Australia. Habían intentado dar con nosotros antes pero les había sido imposible, entre otras cosas, porque yo tenía el móvil desconectado, sin batería. Tomaron asiento y enseguida se integraron en la dinámica de las jornadas, en buena medida, gracias a la buena acogida que les/nos dieron l@s vecinos que no dudaron en hacerles un hueco a su lado, haciéndoles partícipes de aquella celebración tan familiar, de aquel sarao tan singular que habían montado.

Juan y Raquel estaban sentados en otra mesa. Conscientes de lo importante que era esto para su padre, para apoyarle en un momento tan especial, sus familiares más cercanos, entre otros, un bebé de apenas 2 semanas, su nieto, el recién llegado, el heredero de toda aquella tradición y saber hacer, se habían acercado hasta la Puebla para brindarle su cariño, mostrarle su cariño y apoyo.

Os confesaré que la sobremesa se alargó hasta un segundo café y más allá, un delicioso bocado de chocolate crujiente, un delicioso Ferrero Roché, – no por hacer publicidad -. Aquello me dio qué pensar y se me ocurrió que sería una idea genial para integrar en el taller; elaborar nuestros propios “Ferrero Roché de tierra y caña”, acorde con la idea de JM de hacer “adobitos”, pequeños adobes, adobes (adobas) en pequeño hechos por l@s pequeñ@s. En fin, nosotros siempre “erre que erre”. Ya se sabe, cada loco con su tema

16.15 h. En el programa figuraba que la intervención con Pedrola se reanudaría a las 16.30 h. Por nuestra parte, desde un principio habíamos planteado la actividad relacionada con el barro como algo apto tanto para público infantil como adulto; abarcando todas las edades, buscando, precisamente, servir de puente en la construcción de un mayor y más fluido diálogo intergeneracional, un ejercicio de convivencia en sí mismo, propiciando una suma de creatividades, un ejercicio de compromiso educacional, una apuesta por la promoción y generación de puntos de encuentro entre vecin@s y amig@s. Ser así capaces de tejer nuevos nudos, nuevas redes, juntar a la gente en torno a la temática del programa, contribuir a una mayor sensibilización ecológica entre l@s talleristas, despertar la curiosidad de l@s peques para que se convirtieran en l@s cañicer@s/cañarter@s del mañana, facilitando el necesario relevo generacional, la transmisión de todo ese conocimiento que reúnen la mirada y las manos de Juan poniendo el acento en el lado humano, en la faceta solidaria de la vida, en la importancia de aprender a escuchar, a desenvolverse en diferentes entornos y contextos; para resumir, trabajando en equipo.

Pretendíamos contribuir a las jornadas con un programa atractivo, sugerente; en clave de SOL, en SI mayor (con tilde), aportar nuestro particular granito de arena, esperando que la actividad encontrara una acogida positiva entre l@s asistentes y también entre la gente que se acercara después, ya finalizada la misma, paseando, callejeando por las calles del pueblo, todavía con la obra en pie.

Dentro de las diferentes actividades planteadas en el programa del taller, tras sopesar diferentes opciones de mezclado “in situ” para el barro, optamos por construir una piscina de pisado/amasado que consistía en unas paredes de alpacas delimitando el contorno con el fondo y los laterales cubiertos por una sábana de plástico, una lona que nos resultaría de lo más útil para trabajar sobre ella e incluso, después, al cierre de la primera jornada, como envase para cubrir la mezcla y conseguir así acelerar el proceso de “fermentación” y ligazón de los componentes, algo así como un “pasteurizado” casero. Pensamos que las balas de paja evitarían golpetazos inoportunos en caso de caídas y/o resbalones. Una vez completado el dibujo de nuestra bañera para barro con las alpacas, las paredes, procedimos a rellenar el perímetro interior con algo de arena seca formando una suerte de media caña, para poder tender la lona con algo más de facilidad y evitar que se acumulase material sin pisar en todo el contorno interior. Por último, tendimos bien el plástico, ajustando las esquinas para que después no se acumulara el barro al pisarlo. Pillamos la lona como si fuera una sábana, entre el colchón y el somier, en nuestro caso, entre las alpacas y el asfalto, por fuera, dando la vuelta completa a las improvisadas tapialeras de paja y también, – afortunada idea de un vecino -,  usando unas cañas a modo de pasador-fijador, recogiendo los extremos de la lona que habían quedado sueltos, de lado a lado, como si del carril de una cortina se tratase.

El agua estaba gélida. Pasado un rato, como nadie se animaba a meterse y romper el hielo, me acerqué hasta el albergue, subí a la habitación y, en un periquete, como si fuera un bañador, me puse el pantalón corto del pijama, bajé las escaleras de vuelta a la placetuela y me tiré a la piscina, después de un breve calentamiento, de unos ejercicios de estiramiento básicos. El barro estaba algo frío pero no importó. Pronto se animaron a participar una madre y su pequeño. Fue muy divertido, superado el primer contacto, el miedo al ridículo, al tan temido qué dirán, a lo desconocido, a mancharse de barro, todo resultó más sencillo. Al poco tiempo, casi sin darnos cuenta, la piscina estaba llena de pececill@s, más y más pezqueñines se fueron uniendo a la fiesta que; en definitiva, es lo que fue.

Como la calle estaba en rampa, el agua se recogía algo en la parte más baja de la piscina, eso hacía que la mezcla presentara una consistencia desigual según la zona y también que la misma masa resultase más o menos “fácil” de pisar, más o menos pesada, que los pies “entrasen” mejor o peor, que se hundieran más o menos en el barro. Algún vecino nos preguntó si estamos pisando uva, haciendo mosto, no sé qué clase de uva, si garnacha o tempranillo. La cosecha aquel año prometía.

Una pareja de peques, dos niñas, fueron las más valientes a la hora de tirarse al barro de la piscina. Después vinieron más. Cantamos, tocamos palmas, chiflamos, bailamos, hicimos un corro, cocinaron algunos adobes, participaron, compartieron, se divirtieron, aprendieron de sus mayores, aprendieron con sus mayores.

Había traído conmigo una vieja adobera restaurada y sirvió de molde para elaborar unos primeros “bizcochos”, aquella primera hornada tan cañera.  Bel, chef arqui-terro, compartió alguno de sus secretos de cocina con la audiencia, que seguía con atención todo lo que decía, especialmente en lo referente al tiempo de desmoldeo, la técnica del relleno, la textura de la masa, su consistencia… Entonces él, habituado como está, tomó una pellada de barro de la piscina y sirviéndose de su pericia y experiencia en los fogones de la arquitectura y la construcción con tierra, la acunó durante unos instantes en el espacio que formaban las cuencas de las palmas de sus manos, haciendo una especie de galleta, para comprobar la calidad y aptitud de la mezcla.

Creo que no me equivoco si digo que l@s peques disfrutaron de lo lindo junto con sus padres, viendo las caras de éstos, incluso a pesar de que aquellas manchas de barro sobre la ropa aseguraban después algo de faena extra en casa, sesión doble de lavadora y ducha.

Mientras pisábamos el barro imaginaba que, en realidad, lo que estábamos haciendo era cocinar un buen puchero de garbanzos empedrados; a la antigua usanza, a fuego lento, a la orillita de aquella playa de tierra cenicienta y tizón, acurrucados junto a las llamas de la leña ardiendo y su calor, quemando junt@s el tiempo, dibujando nubes de sueños y tiza en el aire.

Habíamos dejado en remojo la tierra con un toque añadido de serrín de caña y un puntito de especias; el singular perolo estaba presto a cocer al fuego del sol, casi como la caldereta de mediodía que habían preparado Raúl y sus compañer@s a los fogones, cuchara en mano a las puertas de El Charif. De vuelta al barro, a alguien se le ocurrió usar unos gorros de chef tipo champiñón jugando pretendidamente con esa idea de confundir cocina y arquitectura, buscando propiciar un encuentro entre ambas artes, el juego de la construcción metido en la cocina y viceversa, el juego de la cocina metido en la construcción; dos oficios con mucho en común; su lenguaje, su jerga, sus técnicas, sus actores, sus protagonistas, sus espacios de “trabajo” y también, ante todo, su fin: servir al bienestar del ser humano, procurarle salud, cubrir sendas necesidades básicas, alimento y cobijo. Gorros a parte, como pudimos comprobar gracias, entre otr@s, a nuestro amigo Txiqui, pisar el barro con música y baile resultó una experiencia de lo más divertida, tanto o más que jugar al corro y a las agachadillas con los pies metidos hasta la rodilla en la masa, dentro de una montaña de barro tierno, como si fueran las raíces de un árbol todavía por crecer y madurar, como el nudo de una caña aferrándose a la vida.

Gracias a l@s Poblanos pudimos constatar que la barroterapia es la caña, caminar descalz@ es uno de esos placeres a los que la Humanidad cada vez más urbanita no debería renunciar, escuchar ese “chof-chof” característico a cada paso, cada vez que uno hunde su pie en la masa hasta por encima del tobillo, hasta que la humedad cala la médula del hueso y el barro rezuma en nuestra propia piel. La verdad es que la mezcla invitaba a ello; granulosa, esponjosa, suave, era como meter los pies en un bote gigante de crema de cacao, en una nube de algodón de azúcar. A cada paso, sin demasiado esfuerzo, podían sentirse cada uno de los ingredientes de la mezcla. Y es que…

¿Qué calzado más cómodo que el que no se lleva puesto? ¿A quién no le gusta caminar descalzo sobre la hierba o sobre la arena de la playa?

Además, pisar el barro, – desnudo, natural como es él -, nos reporta información muy útil a través de nuestra propia piel. Así podemos sentir el grado de humedad de la masa, su pegajosidad, hacernos una idea de su contenido en arcilla, comprobar si es más o menos pegajosa; conocer su granulosidad, su rugosidad, su densidad, su esponjosidad, su ternura, su ternez (su consistencia), su textura…

Durante nuestra particular zambullida pisamos el barro con los pies de lado, con el talón, con la punta de los dedos, planta contra planta e incluso llegamos a marcamos algunos pasos de jota: “punta, tacón; punta tacón”…  Fue una experiencia única e inolvidable que todo el mundo debería darse la oportunidad de vivir que, sin ápice de duda, invitamos a experimentar. Con esto del barro sucede algo curioso; a nadie le gusta ensuciarse, “enlodarse”, “enciscarse”, pero todo el mundo disfruta manchándose con él, no quedándose a medias tintas. Una vez llen@s de barro, embarrad@s del todo, es cuando un@ se da el lujo de disfrutar de su compañía.

Y puestos a recordar, recuerdo también que a mitad de sesión de tarde alguien se lanzó a preguntar por qué habíamos escogido esa mezcla. Con la intención de responder a la cuestión que nos acababan de plantear le pedí a Pedro Arrabal que me ayudara con algo. No me dejó tiempo a darle más explicaciones. Pedro, – con las manos algo más secas -, despierto, atento, valiente y como siempre, presto, dispuesto con la mano tendida, tomó una tiza de color y se dispuso a ello. Entre los dos, juntos, dibujamos un damero de tiza sobre la pared de barro pintada de azulete de una de las casas que había junto a la piscina, a pie de acera. Después añadimos algunos símbolos: % arena, % fibra, arcilla y comenzamos a rellenar nuestra particular “plantilla”; la “partitura” para poder interpretar aquella obra, compartiendo lo aprendido por el camino. De modo que, sin pretenderlo, la pared hizo las veces de improvisada pizarra y, una vez más, recurrimos a un clásico durante el taller, aquel manido “afinar es de cobardes”, porque “por a por b”, no hubo tiempo para más ensayos y, literalmente, una vez más, nos lanzamos a la piscina.

Cierto es que, en esto de la arquitectura y la construcción con tierra, como en tantas otras facetas de la vida, la contención y la prudencia son ingredientes que conviene tener a mano. Al menos, eso he aprendido desde mi propia experiencia vital y bagaje profesional (breve), aunque también a mí esto se me olvide con inusitada frecuencia.

Debo de decir que lo que nuestro compañero Pedro Arrabal hizo aquella tarde tuvo mucho mérito. La tiza se desgasta con facilidad y no resulta nada sencillo tirar (trazar, hacer) las líneas tan rectas como lo hizo. Yo soy muy torpe para eso, además de miope, tengo dos pies izquierdos, no sé bailar en pareja, tiza y barro hubiera sido un binomio de tareas incompatibles para mí, a buen seguro hubiera terminado resbalando y cayendo al suelo. Nuestro propósito era apoyarnos un poco en el dibujo por si alguien se animaba a hacer alguna c@sita de barro por su cuenta; por ejemplo, un gallinero, una casita para su perro, una caseta de huerto, que esa persona pudiese contar con algunas nociones básicas y herramientas elementales a la hora de afrontar su reto, su propio proyecto, facilitar algo de método, compartir algún criterio,  un sistema en el que apoyarse para ir probando, para poder experimentar y seguir avanzando; o sea, un punto de partida.

Rodeamos la receta de la mezcla por la que habíamos optado con un círculo, para tenerla a la vista, bien presente, “a mano”, para poder recordarla y que quienquiera se acercase hasta allí pudiera leerla también y sacar conclusiones por sí mismo, con independencia de que hubiera o no alguien del núcleo del equipo allí para poder explicarlo con mayor detenimiento y detalle, es decir; que el dibujo, la caña y el barro fueran lo suficientemente explícitos como para explicarse por sí solos, gráficamente.

Tres pasos atrás como estaba, me di cuenta de lo complicado que podía resultar intentar hacer varias cosas a la vez. Al final, tod@s cogimos la dinámica del ejercicio, digo tod@s y digo bien, – me incluyo -, porque la tenía algo aparcada y conviene refrescar la memoria de vez en cuando, sacar a pasear lo aprendido y caminar de la mano para compartir y no olvidar; en ese orden, compartir y no olvidar, porque con el tiempo he aprendido precisamente eso, que lo que no se comparte termina por olvidarse.

Nos hubiera gustado hacer algunas pruebas previas pero no hubo tiempo para más y; además, como había aprendido de otros compañer@s de Arundo, “afinar es de cobardes”, así que seguimos adelante, guiados sólo por nuestra intuición y las pisadas decididas de nuestros pequeñ@s cañarterr@s con la mirada puesta en un horizonte esperanzador, lleno de ilusión, que nos dio la fuerza para seguir adelante y confiar en nosotr@s mism@s, en el resultado de todo aquello.

En un momento dado, se produjo un conato de guerra de barro, con pelladas volando entre público y pisadores, pero afortunadamente para las camisas de domingo, que también las había por allí, la cosa quedó sólo en eso, un conato de lodazal, si bien he de decir que hubiera sido genial, divertidísimo. Como hemos de guardar las formas y parecer adultos responsables, solemos intentar mantener la compostura, aunque entiendo la postura de los mayores que animaron a l@s peques a lanzarse de lleno a la batalla barral, a enfrascarse en una batalla de barro hasta sus últimas consecuencias, al embarre total, porque a mí también me gustaría participar de ella, aunque fuera por un instante, el instante que uno tarda en coger un puñado de barro y lanzarlo al aire, volver a ser un niño, volver a aquel lugar de la niñez aunque sólo fuera por el tiempo que dura un parpadeo.

A modo de apunte os anotamos a continuación los ingredientes básicos de la receta que preparamos, las materias primas que empleamos para elaborar la masa de nuestro particular rebozado, nuestro revoco de tierra, aunque sólo sea como referencia:

Ingredientes básicos rebozado barro: 1 parte de arcilla + 2 partes de arena + 1 parte de fibra (1:2:1)

Justamente, la proporción correspondiente con uno de los cuadrados de la diagonal del damero de barro que habíamos dibujado sobre la pared.

A ojo de buen cubero, estimo que superaríamos ligeramente algo estas cantidades de fibra, dado que íbamos añadiendo el serrín de caña a puñados, galfada a galfadaa mañizos, a medida que el color verde moteado de amarillos del serrín se iba confundiendo con el marrón/rojizo (cereza) de la masa (arcilla + arena + agua) hasta hacerse uno, o mejor dicho una auténtica melaza de barro y tierra.

A toro pasado, se me ocurre que otra buena opción hubiera sido jugar con dos o más tipos distintos de fibra, en vez de las que empleamos, usando igualmente algo de arena (material granular) y fibra, pero eso quedaba ya fuera de nuestras posibilidades en aquel momento, no hubo tiempo para más.

Está visto que en esto de cocinar con tierra es fácil perder la cuenta; sobre todo si estás abonado al club de los despistados como uno, y si a eso le sumas el lío que nos estábamos haciendo con las matemáticas por culpa del “1+1 no es igual a 2” de JM y “la mitad de XII son VII” de Pedro (Arrabal), ni os cuento…

Debo reiterar algo. Contar con profes de excepción como JM en aquel taller de cocina tan especial fue una suerte, l@s pequeñ@s difícilmente hubieran podido disfrutar de las enseñanzas y magisterio de mejor chef, todo un especialista en la materia; un profe totalmente entregado a la tarea de compartir lo aprendido en su periplo por el mundo con todo aquel dispuesto a ponerle oído a sus palabras y mancharse un poquito de barro. Con la ayuda de su ingenio, algo de tacto, paciencia y apenas cuatro herramientas fabricadas a partir de materiales caseros reciclados junto con un puñado de cacharros (útiles) de cocina recuperados para la ocasión como fueron; un escurridor, una improvisada regadera, los moldes para formar los adobitos construidos por él mismo a partir de envases de plástico reciclados durante la noche, un puñado de flaneras, medio kilo de garbanzos y una almorzada de arroz, JM fue capaz de transmitir un montón de lecciones a l@s pequeños y mayores que se acercaron con curiosidad hasta allí, a lo largo del día, hasta la placita de la Calle Costa donde se desarrollaba la actividad. He de decir que JM es de esas personas a las que les gusta “ir al grano”, directo, parco en palabras y sin embargo, por contra, un generoso maestro; un jedai en esto de las artes del barro.

Después de haberles escuchado con atención y haberle dado muchas vueltas a la cuestión, para mi sorpresa, he de decir que los dos, ambos, Sastre y Arrabal, estaban en lo cierto, – creo -: “1+1 > 2” y “la mitad de 12 son 7”. La mesa expositora que habíamos montado se había transformado en una auténtica isla de cocina, en una pizarra al aire libre, el terreno de juego en el que uno de nuestros chefs de cabecera, JM, elaboraría algunas de sus recetas y desvelaría algunos de los secretos mejor guardados de la cocina del barro.

Gracias a la cortesía de Txiqui y Xavi, los compañeros catalanes de vadecanyas, con los que tan buenas migas habíamos hecho, pudimos completar la muestra con algunos ejemplos de productos habituales en bioconstrucción, como el bloque de tierra comprimida que nos regalaron, un btc de tamaño XL, que había viajado con ellos en el maletero de su coche desde tierras no tan lejanas, desde terres vecinas.

Como os avanzaba antes, durante el transcurso de la jornada, la tarde del sábado, tuvimos la suerte de poder contar con la inestimable colaboración de Pedro Bel, otro de nuestros chefs de cabecera en esto de la arquitectura y la construcción de/con tierra, acompañado por Beatriz, que resultó ser una pintxe de excepción. Definitivamente, l@s pequeñ@s disfrutaron mucho haciendo adobes y adobitos con Pedro y JM respectivamente. Pacientemente, jugando a rebozar la masa de arcilla, arena y agua, poniendo en práctica algunas técnicas caseras de cocina, completamente metidos en harina, llenos de barro hasta las cejas, haciendo albóndigas, unas mandunguilles como dicen por Cataluña,  de barro o bola, como dicen en mi tierra (Soria), unos panecillos de arcilla, unas tortitas, unas tortetas, unos adoquines aragoneses, …

Entre tanto, a eso de la media tarde, nuestros amigos catalanes, los cañeros de Canyaviva, se tuvieron que retirar, todavía les quedaba por delante un largo camino de regreso a casa, no sin antes ser lo suficiente generosos como para darlo todo durante la jornada, el empuje necesario para continuar cocinando nuestro particular puchero de caña y tierra, aquel taller tan especial.

20.30 h. Hora de prepararse para el concierto de la noche, hora de recogida. Durante toda la tarde l@s mayores se habían acercado a curiosear y compartir con nosotros anécdotas de la niñez, recordando cómo hacían adobas antaño, adobes en tierra de Castilla, la tierra de JM y la mía propia. Antes de cerrar el chiringuito, dejamos en remojo el barro para que durmiera toda la noche, eso que en el argot se denomina pudrir o “amerar”, como aprendí de Pedro Bel, reputado chef de la arquitectura y la construcción con tierra, ese buen compañero y amigo que, como os comentaba, también quiso acompañarnos aquella tarde entre pucheros, en la cocina de la calle, entre fogones,  compartiendo la ilusión de l@s más pequeñ@s.

# Un apunte técnico a propósito de esto último: si el barro se trabaja en verano conviene cubrirlo con una capa fina de arena o paja, para evitar que pierda humedad en exceso, – no era el caso, pero ahí lo dejo -.

Hora de cenar. La noche nos iba a deparar una velada magnífica orquestada por nuestr@s anfitriones, – otra más-. Nos sentamos junto a dos recién llegad@s, dos apasionados, de la caña, de la música, de la vida. La conversación era distendida a ambos lados de la mesa engalanada para la ocasión con toda clase de viandas; ensalada, pan-tumaca, chorizo y pizzas por doquier. Gracias a nuestr@s compañer@s de mesa aprendimos un montón sobre aceite y de lo que supone moverse en caravana, en furgoneta, en plan “hippy”, lo mucho que se aprende y se disfruta, la libertad que se siente, toda la gente que se conoce.

Juan y Raquel fueron de los primeros en retirarse, después de comentarnos su dedicación profesional al cultivo y producción de aceite, tras descubrir que contaban con una almazara propia. El resto de invitados de la mesa apuramos un poquito más la hora y cambiamos de sitio para sentarnos más cerca de los músicos, que ya habían desenvainado sus instrumentos, sus dulzainas, sus flautas de caña y viento.

Se hacía tarde. Hora de despedirse hasta el día siguiente. Todavía quedaba una batalla por librar en nuestro particular campo…

Domingo 12.03.2017 La hora prevista para el arranque de la segunda parte de la intervención Caña y Barro estaba fijada a las 10 de la mañana.

Desayuno rápido y vuelta al tajo, sin demasiadas dilaciones, sin contemplaciones, listos de nuevo para meternos en harina, para ponernos “manos a la obra”.

A buen seguro, tras haberle dado varias vueltas en la cama, después de una larga sesión de eso que podríamos convenir en llamar “reflexiones de almohada”, Juan había decidido añadir una suerte de conector, un empalme, una extensión en las cañas que servían de cierre superior, consiguiendo que el remate hiciera tope con las vigas del umbráculo de la placetuela para dotar de mayor estabilidad si cabe al conjunto, jugando con la ligera pendiente del piso para que quedara perfectamente asentada, todavía aún más aplomada, inalterable frente a la escorrentía del agua de las lluvias que venía anunciando el tiempo.

En la misma línea, con la misma intención, buscamos conseguir el relleno de la matriz del esqueleto y para ello llevamos a cabo varios ensayos; primero con cañas sueltas y luego con bolas de papel de periódico, opciones ambas que desestimamos tras comprobar que, ni por aproximación, daban el resultado que andábamos buscando. Finalmente, optamos por cruzar varias cañas en el fondo a modo de tope e ir rellenando a manojos, a “mañizos”, – como dirían por el norte -, cada uno de los huecos de las “torretas” de caña de paja que conformaban el trabajo. La paja deshilvanada de las alpacas nos serviría como “relleno” de la estructura de cañas, aportando algo de peso extra, mayor traba y cohesión al conjunto del elemento.

10.00 h. Juan parecía uno de esos faquires haciendo atravesar las cañas por el cuerpo encañizado de la estructura. Raquel, con la debida precaución y cautela, seguía atenta, – desde la distancia corta -, los pasos de Juan. Junt@s recortaron los bordes más rebeldes y salientes uno a uno, de modo que no quedara asomando ninguna punta, de forma que ajustaran en línea con el plano de cañas definido, precisamente, por las cañas más exteriores, – valga la redundancia -. Y así, de este modo, poquito a poquito, puntada a puntada, Raquel y Juan fueron compactando y asegurando cada uno de los manojos introducidos, cada uno de los pequeños fardos, de esas manás de paja, como si fuera un “atadillo”, dándoles su debido encaje en la obra, apisonando con fuerza y tiento el relleno añadido, primero con una caña, después con el pisón que Pedro Arrabal había ideado, una improvisada herramienta de lo más útil que se le ocurrió fabricar “in situ”, allí mismo, enrollando algo de esparto sobre la cabeza de una caña y atándola con cuerda, como si fuera una “muñequilla”, como si fuera una de esas “baquetas” rellenas de algodón que se usan para tocar el bombo que tan bien suena también durante las procesiones que se celebran durante la Semana Santa por aquellas tierras; la desbordante riada de pasión entre el ruido más atronador y el silencio más absoluto que recorre  indómito las calles Poblanas durante la festividad. Dando un paso más, para decantar y perfeccionar todavía aún más aquella genialidad, aquel diseño tan logrado, se le ocurrió introducir una cuña de caña como si tratase de una punta clavada en el cabezal de una azadilla o un martillo para conseguir que el mango no se saliera de la cabeza y lograr de ese modo un mayor apriete del conjunto. A medida que íbamos requiriendo paja íbamos retirando las alpacas que conformaban el perímetro de la piscina de barro, primero las de la parte alta, luego y por último una del costado, unas 8 en total.

Caña, barro e ilusión; buenos mimbres.

Un apunte más. Lo cierto es que, en aquel momento, no fui consciente de que la colocación de la paja en vertical podría suponer un inconveniente, una merma; una disminución del agarre a la hora de rebozar las paredes de la estructura de barro, dado que la superficie cerosa (brillante) de la brizna lo dificulta un poquito, del mismo modo que sucede con la caña sin cortar o dispuesta de frente. Hubiera convenido mucho a la tarea de rebozar y al rebozo mismo haber aplicado una barbotina de barro (barro muy líquido) previamente y haberla dejado secar bien para después volver con la mezcla de barro, con el rebozado propiamente dicho, con el revoco.

Por su parte, la mezcla de barro había dormido toda la noche de un tirón. Al barro le costó un poquito despertar de su letargo; se sentía algo frío y perezoso al tacto. Su aspecto había ganado mucho, ya no se adhería tanto a las manos y se dejaba trabajar con facilidad, parecía que podía comportarse bien después. Por alguna razón, de algún modo, la fiera se había domesticado, se mostraba mucho más dócil y dispuesta a servir a nuestro propósito. No obstante, seguidamente, le añadimos un puntito más de agua y una pizquita más de nuestra particular “masa madre” (flor), elaborada a partir de arcilla, arena y fibra de caña (serrín cañero).

Seguidamente llegaron algun@s más de nuestr@s pisadores oficiales, de la mano de Marisa, la abuela de uno de ell@s. Pasamos un buen rato entretenid@s pisa que te pisa antes de dar por concluido esta primera fase del taller; el pisado de nuestro particular mosto de la tierra. Entre tod@s, ayudándonos de la lona que servía de suelo, hicimos varias “salchichas”, varios “rollos”, una especie de rulos, una serpiente de barro y paja, cañas de barro, una auténtica ballena de tierra cruda. La tierra es un mar de peces.

Como íbamos un poquito justos de tiempo, apurados con la hora, decidimos mover la lona entre tod@s hasta un lugar más cercano a la obra de Raquel y Pedrola. Debido a su exagerado peso, para transportarla, fue necesaria la ayuda de una docena de personas; volviendo a las matemáticas, unas 24 manos y otros tantos pies más o menos. Nuestra ballena de barro pesaba mucho, sobre todo la punta, donde había quedado más barro recogido, la parte correspondiente al punto más bajo de la piscina, al estar la calle donde pisábamos en pendiente como ya tuvimos ocasión de comentar. Hemos de subrayar que la gente fue de lo más solícita y colaborativa. Pronto empezaron a llover y llegar más manos y más voces de ánimo por doquier queriendo contribuir. Entre tod@s transportamos la “ballena” hasta los pies de la obra de caña de nuestr@s maestr@s cañer@s. De paso, por el camino, descubrimos el pasado panadero de Juan, lo de amasar (el barro), parecía dársele también bastante bien y no dudo en enharinarse de barro hasta arriba. La parte de amasar el barro en la calle se iba haciendo un par de escalones más abajo que la plazoleta en sí. Pasárselo a l@s de arriba era una de las partes más exigentes físicamente, aún con todo, el equipo, – medio pueblo, sin temor a exagerar -, superó la prueba con creces.

En un tris, el ritmo del taller se volvió de lo más trepidante. Repellamos entre pelladas, pasando el barro de mano en mano, entre vecin@s, entre amig@s, pasando también nuestros propios nombres, para terminar conociéndonos un poquito mejor y compartir aquel momento tan especial del rebozado en equipo, tod@s a una, como las cañas del cañar, apoyándonos uno sobre otro para sortear los embates del viento del Ábrego, como cénit de la actividad.

Inesperadamente, José María se transformó en un paparazzi de excepción documentando con su móvil convertido en cámara los lances de la fiesta en la que se había convertido el evento, nuestro afortunado encuentro. Con todo y así, tomé una pellada de barro, hice una bola con ella en la cuenca de las manos y como si de una batalla de bolas de nieve se tratase, apunté hacia donde estaba parado y se la lancé tratando de acertarle en el cuerpo. Por suerte para ambos erré mi tiro, de modo que no llegamos a generar ningún conflicto diplomático; ya digo, diplomático.

Para explicar por qué rebozar la estructura de Juan se me ocurrió recurrir a varios símiles que a mi parecer resultaban suficientemente ilustrativos y fáciles de extrapolar y asimilar, fáciles de coger, fáciles de pillar; lecciones que la Naturaleza nos brinda, lecciones que la vida nos regala generosa. Así, tomando como ejemplo nuestro propio cuerpo, el cuerpo humaño, traté de explicar el papel de los revocos, de los rebozados de barro, a partir de algo tan familiar como nuestra propia piel, deteniéndonos en su  razón de ser; en su papel como órgano vital para la vida. Incidiendo en ello, tratamos de explicar la importancia de las cáscaras de los frutos secos, de la piel vegetal, del nido leñoso que sirve como vientre materno y acompaña a las semillas en su desarrollo, como si de un embrión se tratase.

Y entre charrada y charrada, entre conversaciones, bailes y canciones, resultó que nuestra piel de barro y caña estaba casi lista. Piel de barro y caña recubriendo un esqueleto también de caña, caña sobre caña, caña con caña; como dicen los ingleses, “like to like”. Resultó que descubrimos que la caña era capaz de reconocerse a sí misma, algo que facilitó mucho las cosas, el fluir del seguir haciendo junt@s y avanzar con celeridad.

Y así, ramita a ramita, pellada a pellada, entre tod@s, guiados por el sueño de much@s, inspirados por el trabajo del maestro Pedrola, construimos aquel nido de cañas tan genuino, como las golondrinas y aviones que regresan cada año buscando el calor del estío y la generosidad y abundancia de la Naturaleza en el campo, participando tod@s de la teatralidad de aquella escena, colectivamente, aparcando cualquier individualidad, trabajando en grupo, con rasmia, dejándonos llevar, conscientes de lo efímero del momento.

Como colofón de la actividad en la calle Costa llegaron las dulzainas y con ellas la música y también más vecin@s del pueblo, curios@s por conocer las novedades, los avances. La música cambió el color de la calle. Como gesto de agradecimiento, quise marcarme un baile y me arranqué con una versión del Arresku, una canción de bienvenida vasca, punta-tacón y giro por la izquierda, un “bailando mi tierra”, con permiso de Miguel Ángel Berna, – una meritoria obra del reconocido bailador contemporáneo de jota aragonesa -. La verdad es que no sé si aquel gesto se entendió bien del todo, no pretendía robarle ni un ápice de protagonismo a l@s talleristas, quizás estuvo de más porque soy de esos castellanos, como ya confesé líneas atrás, con dos pies izquierdos o; dicho de otro modo, que puestos a destacar alguna de mis habilidades personales, – si las hubiere o hubiese -, ciertamente, creo que no incluiría el baile. JM, acertadamente en este punto, fue más prudente y contenido que yo y se mantuvo en su sitio.

Como remate final, hubo incluso quien se atrevió con el azulete, un animado “pinturista” con vocación de pintor. Me quedo con las palabras de Marisa, orgullosa abuela: “Aquí está la mano de la huella de mi nieto”; una huella de almagre, una huella indeleble de almazarrón y tierra, una semilla de barro y caña, l@s pequeñ@s gigantes de la Puebla, abriendo nuevas ventanas, tendiendo puentes entre geografías y generaciones, entre gentes y tiempo.

La estructura de Raquel & Pedrola, aquel pentagrama de caña tan genuino, se desplegaba en el aire como una partitura de música clásica sobre el papel, descansando sobre su osamenta de caña, sobre aquel atril vegetal, dejándose mecer por el ambiente de la plaza, con sus notas y silencios, con sus llenos y vacíos, dialogando con el espacio, respirando a través de su recién estrenada piel de barro tejida con caña y esmero por las propias manos de l@s vecin@s.

Entre tantas chanzas y pitanzas, terminada la faena, resultó especialmente reconfortante para tod@s ver el fruto de todo aquel trabajo, no sólo de la parte que podía tocarse con los ojos, de todo aquel ingente esfuerzo colectivo, de toda aquella energía, de aquella criatura recién alumbrada, recubierta de barro, de tierra arcillosa y fibra; serrín de caña, caña recubriendo a la caña, sino también de las quedadas con Mario y Concha y las conversaciones con l@s compañer@s de la tierra, el ir y venir de mails con el propio JM y también con otra buena amiga, otra chefa de la tierra, la arquitecta María Brown, de la asociación palentina ESTEPA, quien también me animó desde un primer momento a apostar decididamente por nuestra participación en las jornadas.

Visto desde la lejanía del pasar de los días, podría decirse que el trabajo de Pedrola tiene difícil parangón, en cierto modo, su obra evoca las “lurras” de Chillida, esas esculturas de tierra magistralmente arada con las manos cinceladas del escultor vasco, con ventanas abiertas a la naturaleza, el aire rasgado ocupando su vacío interior; su alma, con su gesto rotundo asomándose al paisaje y al color de las calles del pueblo, luciendo su particular “Peine del Cierzo” en el litoral de la Puebla de Híjar, a orillas del Mediterráneo.

Allí seguían nuestr@s maestr@s cañer@s, Juan Pedrola y Raquel, su compañera y mucho más, su tutora, su “totora” en ese baile entre cañas, entre juncos, en el cañar de la plaza de la calle Costa, en aquel rincón tan acogedor de la Puebla vestido de gala para la ocasión. La obra de Raquel y Juan se alzaba en el aire recta como un caballito de caña & barro, un Caballo de Trolla sobre el asfalto de las calles del pueblo, reivindicando su tradición cañera.

Sin saberlo, la jornada todavía nos depararía algunas gratas sorpresas. Visitar la Puebla también me iba a dar la inesperada ocasión de reencontrarme con Mapi, la hermana de Miguel, una antigua compañera de universidad y compartir, por unos instantes, derroteros de la vida.

(…) La música volvió a sonar. Última procesión hasta las instalaciones de El Charif, todo preparado en el salón de actos para acoger las actividades que pondrían el punto y seguido a esta edición del festival cañero.

12.00 h La conferencia impartida por Ismael llevaba por título “Instrumentos musicales de caña”, estaba prevista para mediodía, fue todo un viaje por el mundo a través de sonidos que, una vez más, calaban la piel, los huesos, el alma; bocanadas de aire fresco y renovado, vientos de cambio.

13’00 h. Clausura de la VI Jornada. Sentido Homenaje a los hombres de caña, entre los que incluyeron a Pedrola, pero también a JM y a mí, algo que nos hizo especial ilusión, por lo inesperado, por lo que de “honor” sabemos supone que en el festival de Arundo Donax a uno le invistan con tal título; en nuestro caso, merecido o no, además de la caña-bastón y del colgante elaborado a partir de una tireta de caña e hilo que servía como identificación, como acreditación. Todo un detallazo, tanto o más como el de deleitarnos con una cesta/caja repleta de productos típicos de la zona, que siempre son bien recibidos en casa, a la vuelta.

VINO ESPAÑOL, COMIDA. Mucha gente se había marchado, de regreso a la rutina, con el andén del lunes en el horizonte, a su lugar de residencia habitual. A much@s de ell@s todavía les quedaba un largo viaje por delante, un largo camino por recorrer, para llegar a tiempo de recuperar el ritmo de su día a día y enfrentarse al temido lunes.

Durante la cena de la noche anterior, JM, previsor, le había pedido a Pedro (el alcalde) un proyector para poder ver un par de vídeos que había recuperado y seleccionado a propósito del tema de las jornadas arundinas, con la intención de mostrar de forma visual, muy directa e ilustrativa, algunas de las posibilidades del trabajo con la caña y la tierra para futuras ediciones, haciendo especial hincapié en los usos que le vienen dando a la caña en América Latina, buscando abrir una pequeña ventana al mundo, como broche a nuestra participación. En suma, un viaje (otro) por el saber hacer de otras culturas, de otras latitudes, no tan distantes como cabría pensar o parecer en un principio. La primera intención de JM era incluirlo dentro de la programación de la mañana pero, finalmente, por motivos de programa y falta de previsión por nuestra parte, se proyectó al cierre, con audio, como una última lección para compartir, un regalo de agradecimiento y casi, casi, de despedida.

Vídeo 1: quincha, bahareque, raquel Barrionuevo (América Central y Sur, Latino-América)

Vídeo 2: adobitos, murales colegio Badalona (España), en relación a la importancia de la formación en/desde la niñez

Como os decía, la idea era abrir nuevas líneas de investigación, tender puentes entre gentes de aquí y allá, despertar la curiosidad por conocer y aprender lo que hacen otr@s, dejarnos sorprender para después extrapolar lo aprendido y trasladar esas lecciones a nuestro propio ámbito. Ése era nuestro deseo.

Último café en El Brillante. Con la vista puesta en una nueva edición y los problemas cotidianos compartimos con nuestr@s amig@s cañarter@s proyectos, anhelos, impresiones y deseos. Quedaron en el aire la propuesta de una visita a la tejera local y las canteras de alabastro de la zona.

Durante la conversación buscamos respuestas para preguntas que todavía seguían vivas, latentes, rondando nuestras cabezas:

¿Cuál era la mejor forma de preservar cañas, cómo podíamos conseguir mejorar su durabilidad al exterior? ¿En qué consistían los tratamientos de ahumado, quema superficial o inmersión en bórax (sales) para su conservación? Todas esas técnicas… ¿funcionan de verdad, son realmente efectivas? ¿…?

Casi con total seguridad la respuesta se encuentre en la propia caña, quizás perdida entre nudo y nudo, en esos antiguos remedios para crecepelo, entre aquellas viejas recetas de cocina o más próximas, en tiempo y en lugar, en las mismas técnicas de preservación empleadas para la conservación de la caña como instrumento (las boquillas y lengüetas están en permanente contacto con la saliva, los canutos con la yema de los dedos, el sudor, el vapor del aire que circula por su interior…) Quién sabe, tal vez en un futuro no tan remoto, todos esos saberes puedan extrapolarse de modo sencillo al ámbito de la arquitectura y la construcción con tierra para ofrecer hogares más habitables, saludables y confortables.

En la Plaza. Nos despedimos en el mismo lugar que nos habíamos conocido, en aquella misma plaza, aquel cruce de carreteras, de calles, de caminos, frente a las mesas de la improvisada terraza del bar Brillante. Ismael tenía que coger el tren para seguir buscando historias increíbles para compartir después con gente como nosotr@s, con su desprendida generosidad.

Tocaba recoger “el tenderete” que habíamos montado. Pedro, JM y yo hicimos un último esfuerzo para dejar la plaza niquelada, como si nada hubiera acontecido allí aquel fin de semana, salvo la misteriosa llegada de aquella c@sa de caña y barro tratando de integrarse en la cotidianidad de la plaza. Mientras recogíamos volvimos a recordar algunas de las muchas anécdotas vividas desde que empezamos a colaborar que, dicho sea de paso, fueron muchas, no pocas.

Ya por la tarde, pasadas las 6.30 h, cuando el día empezaba a caer, después de aquel “último” café en El Brillante, gracias a Pilar, una vecina, tuvimos ocasión de comprender hasta qué punto lo religioso formaba parte de la idiosincrasia del lugar. La luz lechosa de la tarde se colaba a través de una generosa ventana de alabastro bañando las paredes de la Ermita del pueblo en el alto. El viento soplaba a rachas en aquel promontorio, con fuerza, sin llegar a tumbar las cañas, que se movían al compás de su silbido. Raúl resultó ser un guía de excepción, nos mostró diferentes facetas del trabajo con el alabastro, nos condujo con su coche hasta una antigua balsa romana próxima al pueblo, salpicada de restos de viejas tinajas, vestigio latente del trabajo de las aguadoras. Todo era muy sugerente e inspirador. A JM se le ocurrió que en futuras ediciones se podría rendir un sentido homenaje a todas aquellas mujeres poblanas, recuperar aquella historia del olvido, volver a traer agua de la misma balsa y también coger algo de tierra del lugar, traer barro de allí y levantar algún homenaje con ambos elementos. Ya sabéis; nosotr@s “erre que erre”, a vueltas con la tierra.

Ya con la noche acechando, visitamos el cortado del vertedero desde el que todavía se podían contemplar algunas magníficas vetas de ese alabastro tan apreciado que la espalda de Raúl tan bien conocía por haberlo trabajado durante años con sus propias manos. Camino de vuelta, todavía sobró tiempo para visitar de pasada la antigua tejera, los hornos donde se cocía la piedra de yeso; el algez, la antigua estación tren, la almazara y otros tantos sitios destacados que seguían ocupando un lugar especial y reservado en la memoria y la historia reciente de la Puebla y sus poblan@s.

Paseo por el pueblo, al caer la tarde. Al gentío y al bullicio de la mañana le sobrevinieron el vacío y el silencio de la tarde, las calles colmadas de una rala soledad, rota sólo por el tintineo nervioso de la luz ocre y macilenta que se dejaba entrever tras una cortina de hilo blanco, la intimidad de las familias reunidas en torno a la mesa a la hora de la cena. El tiempo en esta tierra es caprichoso, al soleado día de verano que habíamos disfrutado a nuestra llegada le siguieron una buena tromba de agua con doble ración de frío incluida; el invierno se resistía a marchar y quiso recuperar su protagonismo por unas horas, ya casi al comienzo de la primavera, –  como estábamos -.

Caña brava.  Y para entrar en calor, a vueltas con las cañas, volvimos a parar al bar Brillante, donde lo de tirar la caña, justo al borde del acantilado de la barra, lo tenían bastante bien dominado. De modo que, de alguna forma, seguíamos entre cañas, un poco más frías, en la mejor compañía, acompaña_2 de hombres y mujeres de cañas, l@s vecin@s de la Puebla, l@s locales que se habían reunido aquella tarde-noche en el bar para ver el fútbol. Allí seguíamos, entre caña y caña, en el Bajo Martín, en la ribera del Ebro, buscando refugio en el Brillante, tomando unas cañas y unas bravas.

Cena. Fútbol en la pantalla, partido de Liga. Ni el Messi, ni el Ronaldo, me quedo con otros jugadores estelares, uno; del barro, José María Sastre y otro, de las cañas, oriundo de arundo, Juan Pedrola, Don. Notas en una servilleta, JM pensando ya en el próximo proyecto, el siguiente paso. Para la cena; un clásico, bocata de calamares a la romana, verdaderos canutos de caña rebozados, crujientes anillas de Arundo.

Definitivamente, después de tantos días en la Puebla, lo de las cañas se había vuelto una obsesión…

Sí; visto lo visto, la caña, como la patata de la tortilla, a pesar de venir de tan lejos había llegado para quedarse. La caña es escuela y lección en sí misma. La caña es rebelde. La caña es flamenca, la caña es gitana, brava, castellana, tiene mucho carácter. La caña es baile, es danza, es canto, es jota, es jotera, como la Carmen París. La caña es cultura, un arte, una manera de vivir, sorprendentemente presente en tantas y tantas facetas de nuestro día a día.

Las jornadas de Arundo Donax son en sí mismas un sentido gesto que pretende subrayar la importancia de trabajar por y con el material, de un recurso tan del sitio, tan propio de su idiosincrasia, tan esencial, al que l@s vecin@s tratan con mimo  y verdadero respeto, auténtica devoción; pasión, tan rico en matices, tan de la gente, que sólo cabe reivindicar como algo vivo.

La caña envejece como nosotr@s, nos acompaña en nuestro vivir y algún día, lo hará también en nuestro último viaje, cuando al fin abramos los ojos, cuando despertemos de este sueño, acurrucados en los brazos de Morfeo, junto a Pan, en algún ribazo, rodeados de otras cañas amigas, como las que nos han acompañado en este viaje.

Después de todo, JM y yo seguíamos siendo aquellos dos recién llegados de tierras castellanas, que siguiendo la Caña_da real, con una caña de Castilla como bordón, un poco perdidos, de algún modo, por algún motivo, habían llegado hasta los cañares de una Puebla, la de Híjar, aragonesa para más señas. Participar en Arundo Dónax nos había brindado la oportunidad de comprobar hasta qué punto la caña y el barro forman parte del acervo popular, del sentir de la gente, de sus raíces, de su identidad, de la cultura local, de su recuerdo, de su memoria y también de la intimidad de sus hogares. Serendipia, pura serendipia.

La caña, su trabajo, su tejido, es en esta Tierra Poblana pasión, como lo fue, como lo es ahora y seguirá siendo también, un poquito, – deseamos -, de algún modo, el barro.

No sé por qué JM y yo nos fuimos con la impresión de que les íbamos a dar algo de trabajo extra al equipo de la Brigada Municipal…

De verdad que no fue por escaquearnos. En todo caso, no nos importa pedir perdón por la gambarrada que montamos. Al menos, para nosotros, mereció la pena

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OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

ARQUI-TERRA [ arqui-terra@eListas.net ]

Hola Pedro y Victoria:

muy agradecidos por vuestras atenciones, te reenvío el mensaje que salió el viernes en los dos foros de construcción con tierra que coordino, la lista de correo arque-terra y arque-terra facebook (ver los enlaces en el pie de mensaje), en los que podeis apuntaros y anunciar vuestras actividades. Cuando regresemos y nos recuperemos de las emociones vividas espero que hagamos una crónica de este pasado arundo donax.

Muchas gracias de parte de Rubén y mía, y seguimos en contacto. Avisadnos de cuando colgueis informacion y fotos del evento en vuestro blog.

Jose Maria Sastre.

——– Mensaje reenviado ——–

Asunto: [arqui-terra] Festival Arundo Donax 2017 en La Puebla de Hijar- Teruel- España
Fecha: Fri, 10 Mar 2017 23:38:17 +0000
De: Jose Maria Sastre Martin <jsastrem@hotmail.com>
Responder a: arqui-terra@eListas.net
Para: arqui-terra@elistas.net <arqui-terra@elistas.net>, arqui-terra facebook <arqui.terra@groups.facebook.com>

Estimados amigos:

Arundo Donax es el nombre científico de una planta herbácea denominada popularmente caña común, caña de castilla o caña brava. Es muy común en toda España, en algunos lugares se la considera especie invasora, es el mini-bambú que tenemos en España, con múltiples usos. En construcción (con ella a mediados de los años 50 del pasado siglo se hacían los techos de «cañizo»), en cestería, en trabajos ornamentales, para fabricar instrumentos musicales «de caña», y más modernamente utilizada para fabricar las lenguetas de algunos instrumentos de viento de las grandes orquestas, oboes, clarinetes y saxofones.

Particularmente son abundantes las cañas en Puebla de Hijar, Teruel donde todos esos usos son conmemorados en el festival Arundo Donax, ver https://arrebossart.com/agenda-2015-2016/ , donde el maestro Juan Pedrola, con la colaboración de nuestro amigo arqui-terro Rubén Lagunas, van a realizar este sabado y domingo una intervención artística juntando a las cañas con la tierra, el barro y la paja. Ver http://arundodonax2009.blogspot.com.es/2017/02/arundo-donax-2017-intervencion.html
.
La Puebla cuenta con una fábrica donde se fabrican gran parte de esas lengüetas de todo el mundo. La música de dulzaineros, los conciertos, la caña, la tierra, la gastronomía y la amabilidad de estas gentes se mezclan para hacer de esta experiencia algo inolvidable. Les esperamos hasta el domingo.

José María Sastre

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FUENTES (RECURSOS CONSULTADOS)

VÍDEOS, YOUTUBE [ > ]

Oficios para el recuerdo: El encañizador. José María Salcedo (El Huevo) Dirige: María Dolores Domínguez Castillo. Gobierno de La Rioja

Cañiceros del Aranda (Eugenio Monesma)

El cañicero de Fabara (Eugenio Monesma)

Mallén / El cañicero Domingo Longas Cabrejas (ONG Los Pardillos)

https://www.youtube.com/watch?v=3O3VklqAbU0 (oficio maestro cañero japonés, japón)

video.wmasn.com/video.c0HqKuNcPls.htm (rajador de cañas para fabricar jaulas, chozas)

Casilda Barajas

Feria del Carrizo y la Bioconstrucción  (construcción natural, tortilla pintada, música grupo “maíz y tierra”, tejidos, proceso de domesticación caña, tipos de corte: corte por Jalón; horizontal, tirando hacia el cuerpo, corte con herramienta, a machete, de la cestería a la arquitectura, nobleza material, técnica del arco, posibilidades estructurales, límites, “aplanado” (aplastado, chafado, majado) de la media caña para conseguir una tira plana, una “fajilla” planchada, golpeando una piedra contra la tira, contra la raja, con un tarugo ó poyete sirviendo de mesa y limpiándose con un cuchillo, empleo de la “piola”, cuerda blanca, cuerda + cera, nudos, amarres, cabos, ídem técnica de pescadores, mariner@s)

#Videoterra 16 | Arquitectura de Carrizo | Casilda Barajas (crecer = sumar, aportación, experimentación, organicidad, multidisciplinar, costumbre, resembrar, revalorizar, “salir de la canasta”, fluidez, material pétreo, carpas, stands, terrazas, umbráculos, biombos, biofiltros, plafones, mamparas, biombos, puertas, sombra, sustentable…)

Apunte rubén: Tratamiento cuerdas? Ver barcos, camiones, tiendas toldos (cosecha propia)

Arqui-texturas

Lucía Garzón (Bioconstrucción, arquitectura con tierra con técnicas mixtas, prototipo de vivienda) + dirección web, + link youtube

Arundo donax 2007, La comarca.tv-V arundo dónax la puebla de híjar Fuente [ (link, enlace): http://www.lacomarca.tv/arundo-donax-2017/ ]

WEBS, BLOGS, PÁGINAS pescad@s de la red

www.canyaviva.com

https://2investigaciocanyera.wordpress.com/investigacio-canyera/

www.arquitecturaambiental.com (Fundación Escuela para la vida. Greta Tresserra. “Cooperación versus competición”, bambú & tierra)

www.cañizosandalucia.com

colectivo vadecanyas (txiqui & xavi)

http://biothekecologic.com/etiqueta/arundo-donax/ (i+d+i, ref cañas, biocombustibles, biomasa)

www.arundodonax2009.blogspot.com

enlaces proyecciones jms

UN PUÑADO DE LIBROS & ARTÍCULOS CAÑEROS

– Blasco Ibáñez, Vicente (1902): Cañas y barro. España

– Tanizaki (1932): El segador de cañas, también El cortador de cañas, “The reed cutter”, Japón

– Arundo Donax. Arte con caña. Caña con arte. Hombres de caña

– Elisa Sánchez San, Mª (….): “Cañizos” y “roscaderos” en la provincia de Zaragoza

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COn todo nuestro afecto,

amistad y gratitud,

por haber hecho esto posible,

a nuestros atentos anfitriones,

desde la fibra misma del corazón,

desde el tuétano de nuestros huesos,

sin afinar,

porque como vosotr@s mism@s nos enseñasteis,

afinar es de cobardes

; )

Sastre Martín, josé maría   [ jms ]

Lagunas Tello, rubén [ rlt ]

GRACIAS POBLAN@S

¡¡¡  SOIS LA CAÑA !!!

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Hoy suena en mi habitación: grupo kamidaiko

 

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